Si desechamos las fotos de gatos que te envían tus amigas y los pantallazos de WhatsApp de tu amigo-con-derecho-a-roce que le mandas a tu vecina, ¿cuántos selfies hay en la galería de tu móvil? En mi caso, los editados que finalmente subo a redes sociales son un total de 7. Pero lo que es más curioso es que por cada autofoto lista para mostrar, he almacenado más de las que me gustaría admitir. Es decir, empleo mi tiempo en hacerme decenas de fotos para luego elegir «la buena», retocarla e inventar un texto que acompañe a ese selfie que doy por válido. No hace falta comentar que para hacerme esa foto he de estar maquillada y además con mucho contouring, pues esta técnica destaca mis rasgos y considero que me favorece, me veo mejor. Todo muy productivo (...). Por lo general, mientras se carga una foto que estoy subiendo, echo un vistazo rápido a Instagram y observo que Kylie Jenner, Perrie Edwards, Úrsula Corberó y Blanca Suárez han colonizado mi feed –desafiando a los husos horarios– con el mismo formato que mi foto (que todavía se está cargando porque ha fallado el wifi), o sea, un selfie. Pero esto no es nada nuevo, me fijo mejor, porque he visto que hay algo más que nos une –ajá–: sus caras, ladeadas, están perfectamente definidas. Todas tienen la piel matificada, mucho contouring y cejas marcadas. Lucen un maquillaje que me he acostumbrado a ver, incluso practicar porque resulta que si no lo hago, parece que no estoy lista para salir, ¡y menos para subir una foto a redes sociales! ¿Antes nos maquillábamos así? ¡Si con un ligero toque de polvos, máscara y colorete bastaba! ¿No?

No contouring, no selfie
Mi foto por fin se ha subido (también la he compartido en Twitter y Facebook) y ya tengo algunos comentarios de amigos y conocidos: «¡Diva!», «¡guapa!». Tampoco tengo muchos más, porque no cuento con los seguidores de Selena Gomez, pero son más que suficientes para hacer una reflexión: no recibo tantos piropos digitales en otro tipo de fotos (ni tampoco en la vida real). Y en realidad yo no soy así, no tengo esa cara de muñeca de porcelana las 24 horas.

La ¿cruda? realidad
Al final de cada día, cuando llego a casa, me retiro el maquillaje. Las imperfecciones de mi piel reaparecen y ahí está, mi verdadero rostro. Vaya gran diferencia que hay entre la cara del selfie que subí a redes sociales y la que es verdaderamente mía, qué bajón. Esta realidad virtual distorsionada en la que constantemente (bueno, en proporción con la cantidad de seguidores que tengo) recibo halagos, me ha llevado a rechazar mi cara al natural. Estar selfie ready supone potenciar mis facciones y ocultar las manchas de mi piel (antes, en cambio, el maquillaje era más ligero, por lo que no notaba tanto contraste al desmaquillarme), y soy consciente de que no tengo el cutis de Jennifer Aniston pero, ¿por qué cuando no me maquillo me preguntan que si estoy enferma? ¿Es que parezco una extra de la serie The walking dead o nos hemos acostumbrado tanto a vernos con contouring que ir con la cara lavada no parece precisamente eso, natural? Mar Cantero, escritora y coach apunta: «hay que ser consciente de la diferencia que hay con la realidad, así nunca resultará negativo el momento en el que retiremos el maquillaje. Como sugerencia, arriésgate a exponer tu imagen al natural más a menudo, te sorprenderá la respuesta en redes sociales, pues suele ser positiva ante una imagen realista». El mundo se mueve en tal nivel de distorsión que, si utilizamos el maquillaje con el propósito de «salir igual de potente que Gigi Hadid en las fotos», tenemos que replantearnos su uso. Aprendamos a hacernos contouring y llevémoslo a la práctica, pero solo para aumentar nuestro potencial natural. Y si alguien grita: «selfie time!», ¡simplemente mostremos nuestro lado bueno al objetivo! Ahora te toca descubrir cuál es tu lado bueno. DRAMA.