Hace varios años que combato mis dolores de ovarios con acupuntura, una técnica que al principio me producía mucha desconfianza y de la que hoy me declaro fan absoluta debido a lo mucho que me alivia. Por eso, cuando Natalia de la Vega (propietaria de Tacha, uno de los centros de belleza más frecuentados por las celebrities patrias) me invitó a probar el 'Signature Beauty Acupuncture Treatment' no lo dudé ni un instante. Se trata de un 'antiaging' a base de agujas que el griego John Tsagaris realiza con éxito en su clínica de Londres y que ahora también va a ofrecer trimestralmente en Madrid, porque Natalia acaba de ficharle.

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Como ya he explicado, la acupuntura forma parte de mi vida, así que cuando me tumbé en la camilla no sentía ningún tipo de inquietud. Hasta que se me ocurrió preguntarle a John cuántas agujas iba a clavar en mi rostro y me respondió que entre 60 y 100. ¿Perdona? Ya era tarde para salir corriendo.

Antes de atacar mi cara me puso sendas agujas en los dorsos de las dos manos, así como en los antebrazos. Y luego empezó la función: picotazos por la frente, los pómulos, la barbilla... No le quedó hueco por cubrir; menos mal que yo no podía verme, porque el espectáculo debía de ser aterrador. Supongo que os preguntaréis qué se siente al tener unas 100 agujas clavadas en la cara. Pues se siente... como si tuvieras unas 100 agujas clavadas en la cara. Por suerte, cuando acabó de ponerlas todas y conseguí relajarme ya no noté nada, salvo un ligero calor en el rostro. En ese momento, John encendió una lámpara de luces LED y yo me quedé prácticamente dormida.

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Lo de quitarlas fue mucho menos dramático; John fue sacando las agujas de mi piel, una a una, con movimientos muy rápidos. Me escocía un poco la cara, así que agradecí que colocara sobre ella una mascarilla fresca. A continuación trabajó mi piel con varios aparatitos (una barra que vibraba, una copa que succionaba...) y me aplicó varios productos de su línea cosmética. Y entonces, muy sonriente, me tendió un espejo. La verdad es que mi rostro estaba más suave y reafirmado, y como más relleno.

Al despedirnos, John señaló mi casco. “¿Vas en moto? ¡Qué valiente!”, me dijo. “No lo sabes tú bien...”, pensé, felicitándome a mí misma por haber tenido casi 100 agujas clavadas en la cara y no haber gritado ni una sola vez.