La sensación de libertad, dicen, es total. Porque te desinhibes, te sueltas, te atreves y, sin darte cuenta, trabajas por tu autoestima, por tu fe en ti misma y desarrollas tus habilidades para hablar en público y para enfrentarte a los problemas. La improvisación teatral se revela como un ejercicio completo, constructivo y, sobre todo, muy divertido. Un hobbie que, además de servir como válvula de escape a la rutina, hará por ti más de lo que puedes imaginar. No en vano, la revista Entrepreneur afirma que la mayoría de los emprendedores de la lista “Top 30 Startups to Watch” habían tomado clases de improvisación. ¿Te hacen falta más argumentos?

“Necesitaba mejorar mi autoconfianza y seguridad y encontré en estas clases la mejor manera de relacionarme con otras personas mientras aprendía a trabajar en equipo y a escuchar más y mejor, tanto a mí como a los demás”. Ixchel acude semanalmente a la escuela Calambur Teatro de Madrid, donde se reúne con otras 11 personas durante tres horas “que se pasan como si fueran 30 minutos”. Y completa: “Aunque al principio puede costar un poco, al final, te atreves, y lo mejor de todo es que no necesitas nada más que una actitud positiva y ganas de experimentar”.

Durante las sesiones, practican juegos que activan su energía, dándoles un subidón casi instantáneo: “Son dinámicas diferentes que me recuerdan a los típicos juegos de campamentos de colegio en los que repetimos movimientos, lanzamos sonidos que nos despojan de la vergüenza y que integran palmadas y miradas para coordinar acciones con los demás”, explica Ixchel.

Miguel Ángel Moreno es uno de los profesores de la escuela Calambur, la primera en número de espectáculos de improvisación en cartel dentro de la escena madrileña. “Hemos diseñado un sistema de cuatro cursos buscando crear un ambiente jovial, pero sin perder de vista que estamos aquí para enseñar a improvisar”, comenta Miguel Ángel, y también refuerza la idea de que “los valores de la improvisación pueden aplicarse a muchos aspectos de la vida”. Afirma que salir a un escenario sin guión permite entrenar la creatividad, la velocidad de reacción y, a la vez, eliminar el miedo escénico.

Porque eso es lo mejor, los beneficios. Ixchel explica que la improvisación le ha regalado varias mejoras en sus rutinas. Ahora resuelve los conflictos con mayor facilidad, porque ha aprendido a escuchar; tiene más seguridad, porque confía en que el error es una probabilidad que existe pero se puede solventar y vive más receptiva a todo lo que le sucede, porque con estos ejercicios ha descubierto que todo lo que hace es el inicio de algo nuevo e ilusionante. Pero si de todos los beneficios tiene que quedarse con uno es con el de “haber encontrado a gente diferente, con inquietudes similares y con las que construir nuevas amistades”.

En la improvisación existen unas cuantas reglas de oro que ayudan a entender cómo puede ayudarnos en nuestras rutinas. Para empezar, se debe aceptar sin reparos lo que aportan los compañeros no buscando contradecirles, sino tratando de aportar valor a sus frases. Contribuye a contar con los demás reforzando la empatía y mostrando cómo entender lo que los demás piensan y enseñando a responderles adecuadamente. Además, muestra cómo manejar los nervios y perder el miedo al fracaso y el temor al ridículo. Y, por último, pero también de forma significativa, desestresa y divierte.

“Hemos comprobado cómo, de un tiempo a esta parte, la improvisación se ha puesto de moda”, afirma Miguel Ángel, que se esfuerza con su equipo por atender a los alumnos y configurar con ellos una gran familia. Algo que Ixchel nota y de lo que participa porque, como ella dice, “improvisar termina enganchando”. Y tú, ¿te atreves?