Madrid, mes de junio. Ola de calor. Me encuentro dentro de una tienda minúscula de arreglos de ropa esperando mi turno para tomar medidas a mi vestido de novia mientras que la chica que tengo delante, también probándose un vestido de novia, está a punto de entrar en pánico. No alcanzo a entender cuál es el problema con su vestido (si es que hay alguno), pero sí que ella está en un estado de nerviosismo tal que parece recién salida de una catástrofe natural.

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Me gustaría pensar que este es un caso aislado, pero comienzo a pensar que yo misma voy a caer presa del pánico en cuanto se acerque la fecha de ‘mi día’… porque sí, ahí empieza el problema. Estamos programados socialmente para pensar que el día de nuestra boda es una especie de Shangri-La emocional, que va a ser el día más feliz de tu vida y que nada jamás va a poder igualarlo. Es TU día, y no vas a poder tener otro día TUYO en la vida. Porque tu día no puede ser aquel en el que atravesaste toda la Castellana sin encontrar un solo semáforo en rojo, tiene que ser el día de tu boda (lo cuál, en teoría, debería convertirte en una ‘loser’ en el caso de que nunca llegues a casarte…). ¿Cómo no entrar en pánico si pasas un año planeando la cuenta atrás para ‘el mejor día de tu vida’? Y después de eso, ¿qué? No quiero ni imaginar cómo de miserable va a ser mi vida sabiendo que lo mejor de ella ya ha pasado. Y EN UN ÚNICO DÍA. ESTUPENDO.


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Y pasamos al siguiente punto de conflicto: el vestido. Porque, por supuesto, es el mejor vestido que llevarás jamás. Yo me pregunto cómo he llegado al punto de mi vida en el que debo elegir el mejor vestido del mundo y aun no me puedo permitir un Valentino.

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Y, ¿sabéis qué? Escogí mi vestido de novia en diez minutos. Sólo me he probado uno en mi vida y ese es el que voy a llevar el día de mi boda. Con esto no pretendo haceros creer que soy la futura novia más segura del mundo, porque obviamente no lo soy. Llevo desde entonces pensando que no puede estar bien, que si lo he elegido tan rápido es porque no es EL vestido. Mi traje de novia ideal estará esperándome en alguna tienda decorada al estilo Luis XV a la que debería haber ido con toda una cohorte que opinara sobre lo que me voy a poner (¿¡por qué demonios aceptamos esto en pleno siglo XXI?!). Y que sabría que es el definitivo porque al vérmelo puesto me pondría a llorar, al estilo de los ‘realities’ sobre novias que todas hemos visto los sábados después de comer.


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Y a partir de aquí, la cosa se empieza a poner fea. Te pruebas tu vestido. Observas la foto de la modelo con el mismo traje. Piensas en lo bien que te quedaría si estuvieras tan delgada como ella. Te planteas la posibilidad de hacer una dieta estricta antes de la boda. Y entonces te das cuenta: te has convertido en el peor de los clichés. Y comienzas a entender por qué esa chica estaba al borde de las lágrimas probándose un vestido que, por cierto, le quedaba estupendo y no necesitaba ningún arreglo. Y todo lo demás no es mucho mejor: el estrés de elegir el catering, el lugar del evento, las flores, los manteles… La industria de las bodas es imparable, mueve millones y está claro que se alimenta en gran parte de las falsas esperanzas e ilusiones que todas las novias hemos decidido depositar en el día de nuestra boda. No hay más que ver nuestros tableros de Pinterest, llenos de bodas falsas que son en realidad producciones de moda elaboradas por estilistas, con novias que son en realidad modelos y con imágenes que no podrían estar más retocadas. Decoraciones imposibles, tartas recién salidas de una ensoñación y un largo etcétera de aspiraciones que nunca alcanzaremos. O lo haremos, a base de convertirnos en una especie de locas egoístas y emocionalmente inestables.


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Los norteamericanos lo llaman ‘bridezilla’ (una mezcla de novia, ‘bride’, y Godzilla) y es ese estado de locura absoluta en el que se sumen algunas futuras novias. Nadie está a salvo, la presión es terrible y puede surgir de infinitas maneras. Los usuarios de Reddit han dado testimonio de algunas de las peores, desde la novia que exigió a sus damas de honor que se tiñeran de morenas para ser la única rubia a la que montó una escena porque su abuela había muerto días antes de la boda y eso la obligaba a cambiar la organización de las mesas.

Y, ante esto, no tengo demasiados consejos que ofrecer. Tan sólo, que deberíamos ser capaces de observar las cosas con perspectiva y aceptar nuestras bodas como lo que son, un bonito evento que cuesta mucho organizar, pero en el que se supone que deberíamos ser todo lo felices posible. Y eso no depende de EL vestido, ni de TU DÍA ni de cualquier otra patraña que alguien nos haya hecho creer.