"Tengo que empezar a estar menos pendiente del móvil", me he repetido una y otra vez en los últimos ¿tres años? Para el trabajo, para organizar una cena, para 'tontear' con ese chico que acabas de conocer... El móvil ha pasado de ser una herramienta útil para decirle a tus padres que has llegado bien a tu destino, a un accesorio (casi) indispensable en nuestras vidas. Si se nos olvida en casa, volvemos a por él (aunque te encuentres en medio de la M-30), dormimos juntos (a menos de un metro, no vaya a ser que se nos escape), no pasan dos horas sin que le echemos el ojo para ver quién anda por ahí... En definitiva, (y esto y todo lo que continúa, es solo mi opinión), somos bastantes yonkis de estos dispositivos que, nos guste o no, son los más fieles compañeros del siglo XXI.

Y de repente, un día, tomo la decisión de que no es muy sano dedicarle tanto tiempo a una pantalla. Y decido también que algo habrá que pueda hacer para reducir este apego. Primer cambio: comprarme un despertador de los "de toda la vida", y dejar al móvil, a partir de ahora, relegado en la cocina. Al principio me cuesta: no por el hecho de que ahora me despierte una radio-despertador (que es mucho más agradable, por cierto), sino porque cuando lo suelto en otra habitación que no es en la que yo voy a dormir, me siento rara. Pero el milagro ocurre: a los pocos días empiezas a acostumbrarte y a las dos semanas (aproximadamente), estás más feliz con tu nueva rutina.

Paso dos: estar menos pendiente de las notificaciones. Debido a mi profesión, me va a resultar difícil (necesito nutrirme constantemente de información nueva), pero sé que aunque yo no desconecte de la red, tiene que haber nuevas alternativas menos contaminantes. Y empiezo cambiando Facebook y otras redes sociales por lectores de RSS como Feedly para enterarme de esas tendencias que me vienen bien a la hora de hacer mi trabajo. Así, cuando entre a Instagram será porque quiero compartir algo o porque, sí, quiero cotillear a alguien. Algo que intento que no se produzca a diario. ¿La sorpresa? Según vas reduciendo el "entrar por entrar", te empieza a dar más igual qué pondrá tu vecino en su muro. Y si quieres permanecen las ganas de saber de alguien en particular, quizá le debas escribir un mensaje, pero privado. Un "Hola, me acuerdo de ti, ¿cómo va todo?" directo empieza a ganarle la partida al perfil voyeur.

Pero todo esto no son más que los preliminares para llegar al quid de la cuestión: conseguir no depender tanto del móvil en horario de no trabajo, como las noches o los fines de semana. Esta es la parte que más me cuesta y por ello, decido ponerme a prueba pasando un fin de semana con el móvil apagado, para ver qué grado de yonkismo corre por mis venas.

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Y esto es lo que ha pasado.

Elegí un fin de semana que iba a casa de mis padres. No vivimos en la misma ciudad, así que preferí quedarme desconectada cuando estuviera cerca de los míos. Primera lección: darse cuenta de qué cosas son las realmente importantes. Que si les pasa algo a mis abuelos, por ejemplo, me puedan avisar.

En el recorrido en tren que me llevaba a casa aproveché para deicr 'adiós' (por dos días) a esas personas que sabía que quizá, echarían en falta mi respuesta. Un par de muy buenas amigas, esa tía que siempre está pendiente de mí y un chico con el que en los últimos meses, hablo prácticamente a diario. De repente fui consciente de que tengo algunas amigas y una tía que me quieren mucho, y que quizá hablo demasiado con ese chico que a día de hoy está lejos de ser mi pareja. "¿Eso es bueno? ¿Me estaré 'enganchando'? ¿Realmente es eso lo que quiero?", me preguntaba, al mismo tiempo que sabía que quizá me vendrían bien estas más de 48 horas de detox para meditarlo. Lección dos: hacer un break y pararse a pensar desde la tranquilidad, no viene nunca mal. Y muchas veces las redes sociales nos entorpecen en el camino.

Dato curioso: al chico en cuestión le dejé el número fijo de casa de mis padres para que me llamara si le apetecía (sí, también pensando en revivir tiempos de instituto cuando ese chico te llamaba a casa). Nunca lo hizo (ilusa de mí). Lección tres: definitivamente estamos perdiendo las viejas (y buenas) costumbres.

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Llego a la estación, veo a mi padre de lejos y sé que ha llegado el momento: apago el móvil. "Bye, bye, hasta el lunes", me prometo. La primera noche es la más fácil. Cena familiar, y ganas de caer rendida en mi cama de niña. El sábado tenía una comida popular con toda la gente del pueblo, y pensé que sería muy fácil mantenerme alejada del iPhone. Es más sencillo salir de casa sin él cuando te vas a entregar a la fiesta y a tus amigos de siempre. O eso pensaba yo.

Habíamos quedado todos a las doce y media en uno de los bares, pero yo vi que me retrasaba. "¿Cómo les aviso ahora?", me dije. La parte resolitiva se activó y en un momento salí de casa, fui al bar (que lo tenía a cinco minutos caminando) y les dije: "chicos, yo os busco en un rato, que voy a tardar un poco más en salir". Problema solucionado. Lección cuatro: no tener móvil no es ningún problema ni te aparta del resto del mundo.

Cae la tarde (ya llevaba 24 horas sin móvil, y lo llevaba bastante bien), y con ella la hora del baile: me apetece sacar una foto, porque lo bueno de estas comidas populares es que son también perfectas excusas para el reencuentro. Quiero inmortalizar esos momentos con mi prima que ha venido desde Girona, o con mi amiga que no veía desde el verano pasado. Pero oops, no puedo. Lección cinco: el móvil sí nos hace un buen servicio como cámara de fotos (y no solo para hacer selfies).

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Segú¡n pasaron las horas, volví a agradecer no tener el móvil conmigo. Y no hace falta que os enumere las desventajas que el aparatito puede tener en un estado de embriaguez: escribir o llamar a quien no debes, grabar vídeos con los que el otro día mueres de la vergüenza o en las noches más salvajes, quedarte sin él porque te lo han robado (o no sabes dónde lo has dejado).

El domingo, el día más duro
Es tiempo de resaca y de echar en falta 'perder el tiempo' delante de la pantalla. Quiero ver las fotos que sé que la gente ha subido a las redes del día anterior, tengo (bastante) 'mono' de dispositivo durante mi viaje de vuelta en el tren y sí, también echo de menos escribir al chico sobre el que iba a reflexionar y no lo he hecho para saber qué tal le ha ido el finde.

A la vista de que el viaje quizá se me haría algo largo (algo que me pareció triste, la verdad), busqué alternativas: me puse los cascos para ver la película que proyectaba Renfe (que por cierto, me gustó), y cuando terminó fui a tomarme un Aquarius. En la barra del bar del tren coincidí (y me reí) con las hazañas de unos chicos que volvían de una despedida (y parecía que aquello era la prolongación y el colofón de la misma). Lección seis: el mundo no solo está detrás de tu pantalla del móvil, sino también en el asiento de atrás, o en el vagón de al lado. ¡Y es emocionante saberlo y vivirlo!

Al fin llegué a casa, y me enfrenté a otro momento en el que sabía que 'necesitaría' el móvil (el domingo es un día muy nostálgico). De repente, caí en algo: tenía que avisar en casa que había llegado. Así que cogí mi teléfono fijo, y llamé al de mis padres. "Ya estoy en casa, papá", le dije, lo que sirvió como preludio de una conversación corta y perfecta. Lo que hubiera sido un intercambio de tres mensajes vía Whatsapp, pasó a ser el mejor colofón de mi fin de semana. Lección siete: a veces, el móvil más que ayudarnos a comunicarnos, nos aleja.

Con una sonrisa, lo metí en la mesilla orgullosa de saber que aunque con un poco de 'mono', sí podía sobrevivir sin él. Me puse a deshacer la maleta, y a cocinar para los dos siguientes días. A las once me metía en la cama, pensando en la lección ocho: la vida me cunde mucho más sin el móvil.