Porque es signo de flaqueza, de vulnerabilidad, de poco espíritu de superación. Estar triste es de flojos. De personas que no saben disfrutar de la vida, que se encierran en sus problemas, que no tienen el empuje suficiente para salir adelante. Por eso, hay que reír. Hay que ocultar los problemas y ofrecer siempre, pase lo que pase, la mejor de nuestras caras. Vivimos en la tiranía del “sé feliz aunque no te apetezca”. Y esa es precisamente la principal conclusión del libro “Sonríe o muere: la trampa del pensamiento positivo”, firmado por la activista americana Bárbara Ehrenreich, que defiende que igual de perjudicial es la depresión incontrolada que el optimismo mal entendido. ¿Por qué no vas a poder quejarte si de verdad tienes motivos para ello? Este es un firme alegato en defensa de nuestro derecho a estar de morros. Al menos, de vez en cuando.

El eufemismo es, hoy, mucho más habitual que nunca. No te bajan el sueldo, te lo ajustan. No te despiden, te invitan a vivir una etapa de transición. No te deja tu pareja, te da la oportunidad de experimentar con otras personas. Y todo ello, ¿por qué? Sencillo: porque de un tiempo a esta parte han proliferado un sinfín de libros de autoayuda que defienden eso de que todo empieza y termina en nosotros, que todo lo que nos ocurre es responsabilidad nuestra. Y frente a ello, Bárbara Ehrenreich levanta la voz con energía. La ensayista superó un cáncer de mama hace unos años y, durante su proceso de curación, cayó en la cuenta de que la sociedad no te permite tener miedo o estar preocupado.

Desde ese momento, Bárbara comenzó a defender su alternativa a esa “realidad a medias”. Aunque ella no propugna, ni mucho menos, un estado de pesimismo constante, sí argumenta que ese estado puede ser ilusorio, puede convertirse en motor de cambio y en germen de avance. Ella defiende el realismo, intentar averiguar qué sucede el mundo y plantearnos qué hacer para resolver lo que nos amenaza y nos hace daño.

Porque el miedo, el estrés, es una postura comportamental de supervivencia. Si no existieran estas sensaciones, el ser humano (y cualquier animal) estaría condenado a la desaparición. Imaginemos la conversación entre dos hombres de las cavernas al toparse con un guepardo: “Tranquilo, piensa que el animal es tu amigo, no tengas miedo y verás cómo no nos ataca”. Muerte segura. Mejor echarse a correr.

Por eso hay que aceptar el miedo, la depresión, como algo inherente a determinadas situaciones. Ahora bien, hay que anteponerse y no dejarse llevar por la apatía y ni la autocompasión, como también dice la autora. Y, sobre todo, hay que tener claro que el falso optimismo genera frustración y el positivismo sin fundamento causa el mismo daño que el exceso de negatividad. Así que la próxima vez que alguien te mire mal por llorar, te tache de infantil por estar triste o te eche la culpa de todos tus males porque no sabes sonreírle a la vida, respira hondo, mírale a los ojos y espétale un sonoro y contundente “déjame en paz”.