¿Sabéis que es un calderón? Pues yo hace tres meses tampoco. Eso sí, ya no se me olvidará en la vida. Un calderón es el sufrimiento supremo para cualquier soprano. Sí, soy soprano, ¿a que molo? Pues bueno, en noventa días no sólo tuve un nuevo título musical, sino que terminé siendo soprano primero en un concierto en el Auditorio Nacional de Madrid ante más de 2.500 personas. ¿Cómo? Todavía me lo estoy preguntado.

Lo primero que hay que saber a la hora de meterse en esto de la música, es italiano. Todo se dice en la lengua de Puccini. De hecho, el próximo perro que tenga se va a llamar 'Da capo', que significa 'de nuevo', y es la palabra que más he escuchado en estos tres meses de frenéticos ensayos. Está genial, porque además de música aprendes otro idioma: forte, piano, mezo forte...

Después llegan las partituras: líneas, puntos, corcheas... Los primeros días las sujetas en la mano porque no vas a ser la única de todo el coro que se aprende las canciones de memoria, que nadie se de cuenta de que eres una ignorante musical. En los primeros ensayos, las compañeras me pasaban un lápiz para que apuntara cosas en ellas, como cuando el director decía: 'detrás de la primera blanca con puntillo...' y yo miraba de reojo a la de al lado par ver dónde apuntaba un simbolito que usamos para decir: 'respira que estás morada y vamos a tener que llamar al 112 para que te reanimen'. Pero de repente, con un poco de magia y la ayuda de mi hijo de seis años que estudia lenguaje musical, empecé a entender algo, a saber que una negra es un tiempo, una blanca dos, una redonda cuatro... y que el temido puntillo no tiene nada que ver con el huevo frito ni con un tejido, si no que es la mitad del tiempo de la figura a la que acompaña.

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Cuando te apuntas a un coro tienes que aprender estrategia de colocación. Si eres novata, dónde te sientes en los ensayos es fundamental. En esto tuve suerte. Otra chica comenzó conmigo el mismo día, pero ella sí sabía música así que me pegue a ella cual parasito musical para poder chuparle todos los tonos y tiempos que podía. Pero ayyy madre el día que ella falta y te pones al lado de la que no debes: 'Estate quieta' (una lleva el ritmo en el cuerpo y baila y canta a la vez) 'ese no es el tono' (buenoooo) 'no te levantes tan rápido' (vayaaaaa) ese día sales del ensayo con ganas de mandar a la mierda a alguien y de decirle a tu director: 'que cante tu madre'.

Ese es otro tema: el director. Diré que en el caso del nuestro, merece un capítulo sólo para él. Pero intentaré resumirlo. Nunca pensé que a mis casi 40 alguien, que podía ser mi hermano pequeño en edad, me iba a impresionar tanto. En realidad ya lo conocía. Me había dejado en shock su forma de dirigir en el concierto de Navidad al que acudí como espectadora y que fue lo que me animo a esta aventura. No sólo ha conseguido que cante (bien o mal) si no que con sólo levantar los ojos y mirarme hace que me cuadre como si fuera un recluta en mi primer día de mili, y eso que le saco unos años. Su pasión por esto hace que todos nos esforcemos de una forma asombrosa a ciertas edades. Sus ganas y su sentido del humor consigue que no nos importe madrugar los sábados y haber pasado más horas en la sala de ensayo del coro que en mi propia casa en los últimos tres meses.

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Mi primer día en el coro fue todo un cambio de rumbo. Al llegar a la sala de ensayo para mi primera técnica de las mujeres (porque esto tiene técnica y mucha) me encontré que la clase la llevaba la profesora de clarinete de mi hijo, así que mis nervios se redujeron a la mitad. Esther, joven y vital, es como un chute de 'Red Bull' para el cuerpo. Resulta que, además de tocar el clarinete, canta. Y no veas cómo. Aunque es contraproducente escucharla mucho, porque te dan ganas de quemar las partituras e irte a tu casa, sabiendo que nunca llegarás a ese nivel. Pero bueno, supongo que el que sale a montar en bici los sábados no pretende ser Indurain.

Total, que mi primer sábado de ensayo 'tutti' (¿veis? Otra vez el italiano) es decir, con los hombres y con el director, llegó sin darme cuenta. Ya estaba dentro, ya me hablaban como si en vez de ir a probar, fuera una más. Mi cabeza pensaba: 'bueno, como tengo este nombre si desaparezco nadie se va a acordar ni de como me llamo'. Pero ya era tarde para una salida airosa.

Y entonces empezamos a respirar. Ríete del yoga. Tienes que coger aire en tres tiempos y deshacerte de él en 8, 16, 20, probar probar... que malos ratos se pasan. Aunque rápidamente me uno al grupo de los que engañan, pero de nuevo el director que todo lo ve y todo lo oye, se da cuenta. Os contaré que un estudio reciente ha revelado que los directores de orquesta, incluso cuando son hombres, pueden hacer once cosas a la vez. ¡No digo más!

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Tras el primer ensayo, en el que me lo he pasado como una enana, en el que durante tres horas no me he acordado ni de mi nuevo trabajo, ni de mis tres hijos, ni de mi marido, mi amiga enferma, mi madre, mi padre, mis hermanos... mi crisis de los 40 ¡de nada! El director nos cuenta que hay un concierto el 20 de abril, estamos a mediados de enero, en el Auditorio Nacional y que vamos a prepararlo. Me hago la loca, conmigo no va. No pienso cantar delante de nadie, así que esta conversación no es para mi.

Pero faltaba lo peor. Hay un repertorio que estudiar, bandas sonoras de películas ¡que divertido! Pero resulta que hay que descargarse unos audios, estudiarlos con la partitura, grabarte a ti misma cantando en casa sola y mandárselo al director. Estás de coña ¿no? Pues no, va en serio.

Me acerco, educadamente, y le digo: 'Bueno, como yo no voy a cantar el 20 de abril en ningún sitio, no tengo que hacer esto de grabarme a mi misma, ¿verdad?' Él sonríe, (pronto aprenderé que cuando pone esa cara no voy a ganar nunca la batalla) y me dice: 'No vas a cantar el 20 de abril, ¿por? Sí vas a cantar' y yo digo: 'No, no voy a cantar' y, sin mover ni un sólo músculo de su cara, cierra el tema con: '¿Apostamos?'.

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Si el director merece un capítulo sólo para él, mi primera grabación sola en casa da para una novela entera. Mi hijo mediano, de cuatro años, se pasa el día cantando. Escucha música y es como las moscas a la miel, se acerca, la capta, la escucha, la baila y la canta. Tras tres meses estudiando el repertorio en casa, si él hubiera cantando por mí en el Auditorio Nacional nadie se habría dado cuenta. Creo que cada canción la grabé unas cien veces para intentar mandarle al director algo decente. Pero era todo un horror. Con una mano sujetaba el móvil, con la otra la partitura, los cascos en las orejas y con los pies, le daba patadas al niño para que no cantara por encima de mi, y mejor que yo. Al final lo enviaba, pensando en cómo el director iba a decirme en el próximo ensayo que por favor no volviera más. Pero nunca llegó a pasar. Y el 20 de abril se acercaba peligrosamente.

Sin saber porqué hice promoción de mi primer concierto. Amigas, familiares, y hasta algún compañero de Miguel, mi marido, se animaron a comprar una entrada. Ya estaba hecho, estaba metida hasta el cuello en el lío. 'No way out'.

A dos semanas del #20A, (estaba tan asustada que hasta le hice un hashtag para mis redes sociales), me empezó a entrar eso que llaman miedo escénico. Durante un ensayo con la orquesta el director comentó que se habían vendido más de 2.000 entradas y entré en barrena. Mi estómago chilló de pánico, mis piernas temblaron de miedo y mi mente empezó a pedir auxilio ante este follón en el que me había metido. Entonces cometí un gran error: entrar en la web del Auditorio Nacional y ver en detalle la Sala Sinfónica. Lo cierto es que he estado en varias ocasiones, pero siempre en las butacas. Fue entonces cuando mi cuerpo se negó en rotundo, dijo no, y en el siguiente ensayo era completamente incapaz de dar pie con bola. Mi cara de agobio debía de ser evidente porque mi director, ese que es capaz de hacer once cosas a la vez, se dio cuenta de inmediato y me preguntó que me pasaba. ¿Qué qué me pasa?, le dije yo, 'que estoy acojonada' (como siempre en mi línea habitual, fina, sincera y directa). Entre esas once cosa que sabe hacer a la vez, está la de quitarle hierro al asunto y ser capaz de convencerme de que puedo hacerlo, y que de hecho, lo voy a hacer... Seguimos adelante y quedan sólo nueve días.

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En mi primer ensayo general con orquesta (madre mía, parezco una profesional y no tengo ni idea) me doy cuenta de que estos músicos son gente especial. Cuando comienzan a hacer sonar sus instrumentos puede caer una bomba nuclear a cinco metros que ellos no se van a enterar. Sus caras al tocar son una bella imagen de felicidad y concentración, crean entre ellos una especie de éxtasis colectivo que sólo entienden ellos y que el resto miramos con envidia. Empiezo a sentir el gusanillo, empieza a importarme menos las 2.000 personas, empiezo a tener ganas de cantar. Y queda una semana.

Las partituras no entran en la carpeta oficial del coro, así que las llevo sueltas... se me caen en mitad del concierto, no sé colocarlas, me siento incapaz de encontrar el tema por el que vamos... y el director me mira desde su sitio y entro en pánico, salgo corriendo del auditorio... ahhh es todo una pesadilla. No es real. Me despierto, bebo agua y pienso. ¡Quedan dos días!.

Llega el día del concierto, ya está aquí. En la prueba acústica de la una de la tarde me doy cuenta de las dimensiones del evento. El Auditorio Nacional vacío da mucho miedo y ¡madre mía cómo suena!. A mi derecha, mi compi, a mi izquierda... ¿quién es esta chica? Alguien me cuenta que la que el director ha puesto en a mi lado es una corista del Coro Nacional de no sé dónde que viene a sustituir a una de las nuestras que se ha puesto mala. ¡Me ha colocado a Ronaldo al lado para mi primer partido!

El estilismo para el concierto es un horror. Todas de negro con camisa de manga larga y sin ningún detalle destacable. No os creáis que es fácil encontrar una camisa que me guste dentro del 'monjil style'. Finalmente encuentro una pero mi experta en estos temas, que además toca en la orquesta, me dice que no, que con las mangas transparentes no vale. Así que la guardo en mi armario y me hago con una estilo Sor María muy propia para interpretar algunos temas del repertorio. ¡Eso si, yo me pinto los labios de color rojo o no salgo!.

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Ocho de la tarde. Quedan dos horas y media para el concierto. Unas compañeras se ofrecen a llevarme al Auditorio Nacional desde casa. Nos metemos siete en la furgo de una... todas hablan y comentan, yo no puedo, no puedo ni hablar. Los nervios me impiden comentar absolutamente nada y apenas logro esbozar una sonrisa cuando me preguntan cómo estoy.

La sala dónde calentamos está llena de figuras de gente vestida de negro. Me sorprende encontrarme con gente de la orquesta colocando cosas en el escenario y sin estar todavía vestida, son las nueve y media, no queda ni una hora. Entra el director para calentar y darnos las últimas instrucciones antes del concierto: 'Sobre todo disfrutad. Dejaros guiar por mí y así disfrutamos todos'. Y mi cabeza no deja de pensar: 'Pero, ¿qué hago aquí?'.

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Ya es la hora. Es como cuando los jugadores están en el túnel del vestuario antes de comenzar un 'derby' . Ese es el ambiente. La carpeta de las partituras a la izquierda, todo en orden y a salir. ¡Allá vamos! Estoy en primera fila, asiento 19. Me coloco y miro para arriba. ¡Error! Visualizo a mi marido, eso me da tranquilidad. Sale el director. Esto va en serio. Voy a pasar de cantar en la ducha a cantar en el Auditorio Nacional en noventa días.

Nuestra primera pieza es '1492. La Conquista del Paraíso'. Me agarro a mi carpeta como si fuera un salvavidas, tanto que al día siguiente iba a tener agujetas en los bíceps. Hago caso, me dejo guiar, mi voz sale y canto. Pero ¿sólo canto yo? Eso me parece, pero luego me cuentan que es un efecto de la acústica, que te hace parecer que estás tú solo ante 2.500 personas pero no, hay 64 sopranos más. Tengo un problema: Ronaldo no canta. A la pobre no le ha dado tiempo a estudiar casi nada, por lo que mi oído derecho no escucha nada, una nota de diez más o menos. No pasa nada, me lo sé, venga, vamos a darlo todo.

Tras pasar 'La Misión' y de forma airosa, me relajo. Ya puedo disfrutar. Me las sé bien, conozco como suena la orquesta y los gestos de mi director para las entradas y salidas. Ya está, ya puedo intentar vivirlo, quiero disfrutar de este momento que no creo que se vuelva a repetir en la vida.

Terminamos con los bíses, ya está todo hecho. La gente aplaude, se ponen de pie y parece que lo hemos hecho bien. El director sonríe, buena señal. Cuando nadie me ve le doy un abrazo a mi compi, sin ella no lo hubiera logrado.

Ahora sí que me emociono. Me tiembla todo el cuerpo, hasta las pestañas. Me encuentro con alguien especial por los pasillos, me da un beso y la enhorabuena y sin darme cuenta se me escapa una lágrima. Puede que suene ñoño, pero han sido muchas horas de ensayo, muchos minutos robados a mis niños y muchos segundos mirando una partitura para no entender prácticamente nada.

Estoy eufórica, pero me explican que las soprano no lo demuestran. Para una soprano esto es lo normal, hacerlo bien, no mostrar sentimientos es lo habitual... pero yo solo hace tres meses que soy soprano, así que grito, abrazo, bailo y saco mis emociones a raudales.

Sí, he cantando en el Auditorio Nacional. Sí, me han aplaudido 2.500 personas. Sí, he interpretado 'La Misión' sin saltarme ni una nota. Y ¿sabéis qué? Que ya no me bajo del escenario. Ya soy soprano y me gusta.