Reconócelo, hay veces que el cuerpo te pide poner en la tele un 'dramón'. Una película que sea capaz de destrozarte emocionalmente. No quieres reírte, no quieres entretenerte, sólo quieres vaciarte por dentro, llorar y llorar sin parar. ¿Y por qué nos pasa esto? ¿por qué queremos disfrutar de nuestra tristeza? Solemos pensar que es porque en el fondo 'somos un poco masoquistas', pero la ciencia ha conseguido cargarse esa teoría gracias a un nuevo estudio.

Según los investigadores de la Universidad de Oxford, nos gusta ver películas tristes porque supone entrenar nuestra tolerancia al dolor. Sí, estamos hablando de gimnasia cerebral y emocional en toda regla. Para llegar a esta conclusión, los responsables del estudio dividieron a 169 personas en dos grupos: el primero visionó la película 'Stuart: a Life Backwards', basada en la historia real de un vagabundo discapacitado, alcohólico y drogadicto; y el segundo, dos documentales sobre arqueología y biología en Gran Bretaña. Antes de las proyecciones, los participantes tuvieron que rellenar un cuestionario sobre su estado de ánimo y realizar ejercicios de resistencia física–como sentarse en cuclillas contra una pared y aguantar así todo el tiempo que pudieran.

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Los resultados desvelaron que la tolerancia al dolor del grupo que visiono la película "triste" aumentó en un 13,1 %. Mientras que el grupo que disfrutó de los documentales vio disminuir la misma en un 4,6 %. Así pues, el primer equipo atesoró un 18% más de tolerancia al dolor y sus integrantes también aumentaron sus sentimientos de vinculación afectiva, a pesar de que su ánimo había decaído considerablemente tras ver la película.

En contra de lo que pensábamos, ver películas tristes libera endorfinas, además de entrenar nuestra resistencia al dolor. Vaya, que aunque a priori nos sintamos abatidos tras ver el filme depresivo en cuestión, a largo plazo nos hace más felices y más fuertes. Todo ventajas.