Antes de comenzar, dale al play (son exactamente 60 segundos), y mira a ver si te entra algún tipo de subidón:

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Las que todavía no se hayan revolucionado (aunque sea un poco), pueden parar de leer. Si te ha entrado algún tipo de 'bilirrubina' con el vídeo que colgó la presentadora, vamos a disfrutar de lo que ha sido hasta la fecha (y tengo 31), el único hobby que me ha enganchado: mis clases de jazzfunk, un estilo de baile libre con música pop y que Beyoncé, como puedes ver en el vídeo, lo representa muy bien (si aún no te sitúas con este género de baile, piensa los musicales de Broadway).

Érase una vez una niña que cuando le preguntaban el mítico "¿y tú, ¿qué quieres ser de mayor?", respondía señalando a las bailarinas de televisión, como por ejemplo las que acompañaban a Raffaella Carrà en su 'Explota explótame expló' (explota, explota mi corazón...). Sí, decía querer ser una de las figurantes "de detrás", las que a veces también ayudaban con los coros.

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Las razones que explican por qué no me aficioné a algo que sabía que me haría un poquito más feliz hasta ahora (repito, 31), mejor me las guardo para otro artículo. Tener otras preocupaciones absurdas y quizá, como dice mi madre, "los pájaros metidos en la cabeza", no ayudaban. Pero lo importante es que ya me he lanzado al 'escenario' y que puedo afirmar que efectivamente, nunca es tarde para hacer lo que te gusta.

El septiembre pasado me puse manos a la obra, rastreé todas las escuelas de la capital, hasta que topé con Danza 180º. Un proyecto de tres bailarines en activo, jóvenes completamente metidos en la "movida" actual del baile, y que impartían sus clases en una de las escuelas "de toda la vida" de Madrid, la Escuela de Danza Duque (c/ Cea Bermúdez, 45). Era la mezcla perfecta de tradición y actualidad.

Y llegó el primer día. A la sensación común que nos invade a todas cuando estrenamos curso ("¿habrá gente maja? ¿me llevaré bien con alguien?"), en este caso se sumaba otra incógnita: ¿estaré a la altura? Y es que, aunque había visto muchos vídeos de Raffaella y sabía que tenía el 'mono' de baile dentro, la realidad era simple: no había bailado nunca. Y cuando vi a los que iban a ser mis compañeros calentando haciendo el spagat... No me tranquilicé en absoluto. Estaba en la clase correcta (iniciación), pero la realidad era que había un nivel más bien intermedio. Y creedme, hay diferencia. Aquí estamos Iris (la que se ha convertido mi compañera de fatigas en esta aventura) y yo, representando una sensación real. Imaginadme con un bocadillo diciendo: 'WTF????' Esa era yo el primer día.

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Pero a pesar de la torpeza con la que haya podido pecar como buena principiante, no he tambaleado ni un solo día con mi decisión. Y ya es hora de contaros los porqués:

1. Bailar te da alegría. Tan sencillo como eso. Mentiría si no dijera que, el día que 'pillo' la coreografía me siento como Beyoncé en ese campo de fútbol del vídeo que habéis visto arriba (es la última Super Bowl, donde actuó con Bruno Mars). Para que os hagáis una idea, durante cuatro o cinco clases machacamos cada coreo, y el último día es el que normalmente más disfrutas. Después, vuelta a empezar con otro tema, y nuevas sensaciones. "Aquí te olvidas de absolutamente todo, cuando bailas, no existen los problemas", contaba el otro día una de mis compañeras en una de esas conversaciones de pasillo. Y así es: evasión, diversión y buena dosis de adrenalina en el estribillo:

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(Para quien no lo sepa, Janet Jackson puede considerarse como la primera y mejor representante de este estilo de baile. Su coreografía en IF, es la obra de arte más imitada por los estudiantes de esta disciplina. Palabrita de mi profesor, que a continuación os presento).

2. Bailar hace que te conozcas mejor. "No se trata de venir aquí, aprender unos pasos, y reproducirlos de manera mecánica", dice Iker Karrera en nuestras clases, co-director de Danza 180º, y el 'culpable' de que crea más que nunca en esto (sí, el teacher que te toque, es muy importante). Bailar de verdad no es como ir a una clase de step e imitar unos movimientos, es mucho más. "Para mí es un arte, es una manera de enfrentarte a distintas expresiones de ti mismo", explica Iker. Y es que, no es lo mismo moverte al son de uno de los hits de Beyoncé, donde puede que tengas que sacar tu lado más sexy, que enfrentarte a una pieza más contemporánea, donde lo ideal es que te dejes fluir más que nunca (así de variopinto puede ser el jazzfunk). Según Iker, hay que estar concentrados en los pasos, "pero lo justo". La memorización forma parte del proceso, pero es imposible que disfrutes de cada movimiento si estás pensando en cuál va a ser el siguiente. La chispa solo puede permanecer en ese dejarse llevar. Como la vida misma, vaya. Aquí el halagado Iker, interpretando uno de los bailes que hemos practicado este curso (no, la chica no soy yo, pero quizá en ¿un par? de años, sí):

 

Este je ne sais quoi que tiene el baile lo notas desde el calentamiento. Tienes que 'despertar' cada uno de tus músculos como lo puedes hacer antes de una clase de aerobic, sin embargo, siento que es necesario un nivel mucho mayor de concentración con tu propio cuerpo. Un gesto sucede al otro, creando una cadena de movimientos coordinada, y al ritmo de una música. "Hay que entender el movimiento, y cuando un alumno de iniciación lo empieza a hacer, es de lo más satisfactorio", dice Karrera. Esta primera toma de contacto es fundamental para que después bailes mejor: he notado mucha diferencia entre los días que he hecho el calentamiento más "a la ligera", respecto a los que he estado donde tenía que estar.

¿Qué aprendizaje saco de esto? Aumenta tu nivel de concentración, te fijas en partes de tu body que quizá no habías hecho hasta la fecha, y empiezas a cuidarlas más. Y cuanto más te mimas, mejor te sientes contigo misma.

3. Bailar hace que cuides tu alimentación. El espejo deja de ser tu enemigo: las clases están rodeadas de ellos, en versión XXL, y si te da por practicar en casa (que suele pasar), también te tendrás que enfrentar a la imagen que ves en tu espejo. Una situación que te enfrenta directamente a tu físico, y te plantees más frecuentemente cómo quieres cuidarlo. Desde que participo en jazzfunk, pienso antes de darme un 'atracón' en los espejos que me esperarán en clase. Soy más amiga de ellos que nunca. Si es que, ya nos lo decía Madonna... (por cierto, también buena embajadora de este género musical):

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4. Bailar te pone en forma. Los hay quienes todavía reniegan de este arte como un deporte. En mis clases, tras el calentamiento (que dura unos 15 minutos), viene otro cuarto de hora sudando la gota gorda: flexiones, abdominales con una pierna arriba, con una pierna abajo... Vamos, que tienes que prepararte a conciencia antes de saltar a la pista. Para bailar necesitas estar fuerte, y para ello es indispensable trabajar tus músculos. Así, una clase de una hora se convierte en una actividad de lo más completa: fuerza, 'cardio', y una gran dosis de coordinación. Bailar es un deporte de lo más divertido pero también (sobre todo si te dedicas a ello), de lo más sacrificado.

5. Bailar hace que tengas gusto por la moda. Sobre todo si tienes un 'profe' que mola tanto como el mío. Aún recuerdo cómo Iker aguantó (¿tres semanas?) sin decirnos nada acerca de nuestra vestimenta. Hasta que no pudo más, y lo hizo a lo grande, convirtiéndolo en algo de dominio público. Lo publicó en sus redes:

 

Nadie más volvió a pisar sus clases con unos pinkis. La estética es una parte bastante importante en este mundo del baile, eso lo dejó claro. Ahí van cuatro recomendaciones prácticas: baila descalza o con calcetines normales (y si son esos blancos de toda la vida, con las dos rayas en la parte superior, mejor). Camisetas de algodón más bien holgadas; si tu cuerpo te lo permite, el formato crop top puede funcionar. Para la parte de abajo, los pantalones adidas con las tres rayas laterales están en alza, pero si me permites un último consejo, opta primero por unas mallas normales (lisas, negras). Lo mejor es ceñirte al "menos es más", y ya si eso, el día que consigas hacer el relevé con doble pirueta, ya te preocuparás por vestir como un bailarín de moderno profesional.

6. Bailar aumenta tu autoestima. Puede que sea la consecuencia última de todas las anteriores. Si disfrutas tanto con algo que es 'tuyo' (un hobby no te lo va a quitar nadie), que además te hace sentirte mejor con tu cuerpo, tienes mucha batalla ganada. Serás más fuerte tanto física como emocionalmente. Así que sin duda, apuntarme a baile ha sido lo mejor que he hecho en la vida.

Eso sí, antes de acabar, debo admitir que tengo un siguiente paso preparado (siempre hay que tenerlo), y es conseguir que se apunten mis amigas. Llevo unos cuantos intentos fallidos, pero sé que al final lo conseguiré, y podré marcarme con ellas escenas en casa como las que Úrsula Corberó lo hace con las suyas (FAN absoluta).

¡Que la vida nos pille bailando, bitches!

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Amaya Lacarra

Tras una década escribiendo y entrevistando sobre viajes, cultura y gastronomía en distintas revistas femeninas, ahora dirige el equipo digital de Cosmopolitan. A su especialidad del buen comer o del buen hacer en cualquier recoveco del mundo, ahora se suma la gestión de otros campos como la moda, la belleza o las ‘celebrities’. Adicta al chocolate y a su Navarra natal, estudió Humanidades y Comunicación en la Universidad de Deusto, además de cursar un Máster Oficial de Periodismo de Investigación en la Universidad Complutense de Madrid.