Es la última y preocupante tendencia sexual. Y tal vez no sea novedosa pero ahora, al menos, tiene nombre. Porque ya se sabe que lo que no puede ser nombrado, en muchas ocasiones, no existe. Por eso, una jurista americana se ha ocupado de zambullirse en esta realidad, haciendo desesperanzadores descubrimientos. El Stealthing es el término con el que ahora se define el hecho de que el hombre, sin consultarlo con su pareja, se quite el preservativo mientras ambos están practicando sexo. Una deslealtad, un ejercicio que destruye por completo el contrato de igualdad suscrito entre los protagonistas del acto y, para Alexandra Brodsky, la investigadora que lo ha analizado, “una auténtica amenaza a la mujer y un ataque directo a su dignidad, que debería ser tomado como una forma más de violencia de género”, tal y como declaraba en una entrevista.

Los peligros parecen obvios: el riesgo de embarazos no deseados y la exposición a enfermedades de transmisión sexual asoman en primera instancia. Pero Brodsky plantea una realidad todavía más cruda. En su estudio, la jurista de la National Women’s Law Center de Estados Unidos, constató que las mujeres “perciben la eliminación no consentida del condón como una clara violación de su autonomía corporal”, y por eso plantea que el stealthing sea considerado como una forma de violación, utilizando como argumento más categórico el hecho de que las mujeres “ven traicionada la confianza que habían colocado equivocadamente en su pareja sexual”.

Su ánimo por poner un nombre a esta realidad comenzó a crecer al mismo tiempo que lo hacían las llamadas y cartas de denuncia que llegaban a su despacho. Empezó a comprobar cómo el stealthing estaba convirtiéndose, poco a poco, en una tendencia cada vez más popular, sobre todo entre los jóvenes.

Así, su informe, publicado en el Columbia Journal of Gender al Law, ha terminado por recoger otros datos preocupantes. Brodsky se ha ido topando con docenas de páginas web en la que hombres, en su mayoría menores de 35 años, compartían trucos y técnicas para practicar el stealthing sin ser sorprendidos por sus novias, en lo que para ellos es el ejercicio de su derecho natural a “difundir su semilla en todas sus parejas sexuales”, arraigando de esta forma las ideas más arcaicas y machistas.

Con todo ello, Brodsky ha pretendido también visibilizar una realidad que parece estar cada día más extendida. En las entrevistas y encuestas realizadas a mujeres anónimas, comprobó cómo muchas de ellas no sabían cuál debía ser su forma de actuar. En una entrevista, la jurista explicaba que todas ellas, a pesar de tener la certeza de haber sido víctimas de una traición, vinculaban esta práctica únicamente a una falta de respeto, soslayando la cantidad de peligros físicos a los que quedaban expuestas.

Por todo ello, y ante esta realidad, la autora del estudio apuesta por que los tribunales tomen cartas en el asunto y tipifiquen esta práctica como un delito. Entiende que sólo así podrá erradicarse o, al menos, controlar su expansión, en vista del sentimiento de impunidad que imbuye a quienes la practican y de la máxima indefensión que sufren las que son objeto de ella.