Pregunta a cualquier mujer sobre su corazón cuando su relación se ha roto por una infidelidad: sólo te dará malas noticias. Además, probablemente atribuirá todos sus problemas a una “destrozahogares” que con seguridad estará esperando robar el amor a otra mujer y causar tanto daño como le sea posible. Pero algunas mujeres que se acuestan con hombres casados terminan enamoradas y deseando tener una relación “normal”, y no siempre son movidas por las malas intenciones. "Lo prohibido y el tabú es uno de los mayores alicientes para las personas. Ellas no están tratando de robarle, o tomarlo para sí, pero resulta atractivo saber que no está disponible ", dice el doctor Michael Aaron, terapeuta y autor de Modern Sexuality. "Ella está pensando que estar con este tipo es ideal porque él no va a querer más implicaciones por estar ya casado", explica.

Para algunas mujeres, aunque se sienten incómodas pensando que el hombre ya tiene un compromiso, sus problemas íntimos las atraen hacia lo prohibido. Tres mujeres han compartido con Cosmopolitan sus razones para acostarse con casados, si sólo buscaban relaciones sexuales sin cuerdas o ataduras y terminaron cayendo con un amigo o compañero de trabajo, y todo lo que pudieron aprender sobre sí mismas.

Paula, 28 años

Soy ex directora de comunicaciones en una empresa de marketing reconvertida en intérprete y actriz. Conocí al ‘Señor Casado’ hace aproximadamente un año y medio cuando un amigo me pidió que tocara el teclado en su nueva banda, de la que este hombre era el bajista.

Me sentí inmediatamente atraída por él porque era divertido, fresco, tenía estilo, era dulce, generoso, amable, cariñoso y creativo, por no hablar de su peculiaridad y su espíritu aventurero. Evidentemente, había química entre ambos, pero al principio me sentía incómoda al pensar que estaba casado, una sensación que se mantuvo mientras duró nuestra relación. Me aseguró que estaba bien con su esposa, con la que mantenía una relación de “no preguntes y no me cuentes”. Sugerí que lo confesáramos varias veces, pero él no tenía el valor suficiente. Al final, terminé por rendirme y desistir, creyéndome lo que me decía.

Nuestras citas se desarrollaban normalmente en parques fuera de ciudad y en nuestro local de ensayo. Era agradable huir de esas presiones vinculadas a las relaciones comprometidas, algo que nos permitió soltarnos sexualmente. Al mismo tiempo, el hecho de que me mantuviera oculta me hacía sentir horrible, porque me daba la sensación de que se avergonzaba de mí o de nuestro vínculo. Confiaba en él cuando me decía que su relación era estable, por lo que nunca tuve la sensación de ser una “destrozahogares”, pero siempre me quedaba el mal sabor de boca de ser un secreto para su mujer.

Cuando finalmente la relación terminó, lo hizo de una manera terrible. Me dijo que no le volviera a llamar y no le he visto desde entonces. De aquello ha pasado casi un año. Todavía siento mucha culpa, aunque actualmente tengo una relación monógama y comprometida con un hombre soltero con el que estoy muy feliz.

Respecto al estereotipo de “destrozahogares”, no lo encuentro exacto. Las situaciones son mucho más complicadas de lo que aparentan. Por supuesto, algunas personas no se mueven por buenas intenciones, pero creo que son las menos. Por el contrario, creo que la mayoría de las mujeres que mantienen relaciones con hombres casados, entre las que me incluyo, realmente creen que pueden mantener su idilio sin lastimar a nadie y no sólo se preocupan por su amante, sino también por su familia. La mala intención no es lo habitual.

Sally, 28 años

Conocí a este hombre en un viaje de trabajo hace aproximadamente tres años y nuestra relación comenzó cuando todavía era mi jefe. En el trabajo, prácticamente nadie sabía que estaba casado, y ni siquiera llevaba alianza.

Es un ‘macho alfa’. Inteligente y seguro de sí mismo. También es 10 años mayor que yo, otro factor por el que llamó mi atención. En el trabajo, él alababa todas mis tareas, haciendo que me sintiera valorada y competente. Era muy paternalista, y eso me hacía sentir protegida. Nuestra relación pasó de mentor a amigo y, por último, a amante.

Fue después de nuestro primer beso cuando me confesó que estaba casado. Al principio, no lo podía creer. ¿Cómo podía estar casado con la de tiempo que pasábamos juntos? Luego comencé a observar cómo era de verdad y sentí lástima. Empaticé con su esposa. Y sus actos no ayudaban: un día, me propuso mantener un encuentro en la casa que compartía con su esposa, y eso me hizo sentir incómoda.

Era muy molesto no poder hacer planes como las parejas normales. Aunque yo sí llegué a conocer a alguno de sus amigos, él nunca se interesó por los míos.
La relación terminó rápidamente cuando aprendí que toda la culpa que él achacaba a su mujer era también responsabilidad suya. Descubrí una faceta que no me gustaba: era verbalmente, mentalmente y emocionalmente abusivo. En una ocasión, casi llegó a golpearme en cara durante una discusión. Evité el puñetazo, y él se puso a llorar. Había bebido demasiado y me acusó de ser una desquiciada cuando yo le respondí con contundencia. Me tomó un tiempo, pero terminé dándome cuenta de que él era un pobre loco.

Finalmente, rompí con él pero decidí verle de nuevo agobiada por su llanto y sus disculpas, momento en el que me di cuenta de que, en realidad, estaba herido en su ego. Después me enteré de que trató de arreglar las cosas con su mujer, aunque no le funcionó. Se dio cuenta de que nunca mujer sería capaz de aguantarle. Hoy no puedo soportarlo; cada vez lo que veo recuerdo todos los errores que cometí y lo baja que debía estar mi autoestima para aguantarle durante tanto tiempo.

Hope, 26 años

Seis años después de graduarme de la escuela secundaria, tuve un romance con mi ex profesor de gimnasia. Era el más deseado del colegio: un hombre alto, con ojos azules y porte atlético. La idea de ligarme a un hombre mayor que él me hizo desearle todavía más. Recuerdo fantasear sobre cómo sería tener un encuentro con él desde las clases de hockey hierba.

Todos sabíamos que estaba casado y que estaba esperando a su primer hijo. Aun así, flirteé y sentí un pequeño fuego interior cuando nuestras miradas se cruzaron, pero no le di mayor importancia.

Años más tarde, yo estaba viviendo en Boston y decidí invitarle a mi red de LinkedIn. Me sorprendió su respuesta: “gracias por tu invitación, te veo muy bien”. Comenzamos a mandarnos mensajes y él fue el primero que quiso ir a más preguntándome si un día quería ir a la escuela “con mi equipo de hockey”. Me estaba proponiendo hacer realidad mi sueño. Él, el hombre que solía ponerme un notable a pesar de no correr lo suficientemente rápido.

Mi grupo de amigos del colegio quedamos a cenar en un restaurante chino y decidimos invitarle. Lo que recuerdo después es meterme en su coche con asientos para bebés en la parte trasera. Él actuó como si fuera un hombre soltero y despreocupado que sólo ha quedado con una ex alumna.

La relación duró unos cuatro meses y nos acostamos un par de veces. Fue increíblemente diferente a como yo lo había imaginado. A pesar de ser muy bueno en la cama, la parte física real era mucho menos gratificante que en la fantasía. Además, se sobrepasó proponiéndome mantener nuestros encuentros en su casa, aprovechando los recados de su mujer. Me hablaba de sus fantasías: quería quedar conmigo en el baño de un restaurante y tener sexo conmigo mientras su mujer le esperaba fuera en la mesa. Me hacía sentir como un accesorio, y lo peor es que me presté a sus intenciones. Podría haber dicho que no, pero yo estaba demasiado preocupada por hacer realidad mi fantasía. Me faltó experiencia para darme cuenta de esto no estaba bien.

Al final, me di cuenta de que no me gustaba el tipo en que se había convertido: pegajoso, obsesionado por huir de su matrimonio. El morbo de tener un romance con un hombre casado, seguro de sí mismo y misterioso se esfumó rápidamente.

Los nombres de las tres mujeres han sido modificados para mantener su anonimato y las entrevistas han sido editadas para aportarles claridad.

De: Cosmopolitan

Vía: Cosmopolitan US