Lo cierto es que los millennials tenemos todo en contra para independizarnos: nuestros sueldos son megarrandom, lo único que nos aportan los contratos temporales es inestabilidad emocional y ahorrar en tiempos de redes sociales resulta muy complicado porque se nos antoja todo lo que vemos (demasiados estímulos, ¡AYUDA!).

Por eso, si te has independizado antes de los 30 años (según Eurostat, en España los jóvenes españoles somos de los últimos en emanciparnos, comparados con los millennials de la Unión Europea) has de considerarte una privilegiada.

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Y, aunque ahora te has dado cuenta de lo duro que resulta estar atenta de pagar las facturas, poner lavadoras, planchar (uf) y hacerte comidas y cenas, puede que también te hayas dado cuenta de algo: te llevas mejor con tus padres (o con las personas que te cuidaron hasta hoy). Es curioso cómo a medida que pasa el tiempo valoras su rol y entiendes muchas cosas que antaño pasaste por alto, por ejemplo, el esfuerzo que hicieron por pagarte tantas cosas y el desafío que fue tu educación siendo tú adolescente, eh.

Ahora que ya no compartes techo ni rutina con ellos, te hace gracia cuando tu madre te manda emojis por whatsapp o el empeño que pone tu padre para explicarte cómo hace él los huevos rellenos. Sigue habiendo una brecha generacional, sí, pero tú has adquirido una perspectiva que nunca antes habías experimentado.

¿La razón? El refranero español viene aquí a alardear y el «no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes» cobra sentido. Y la 'cosa' no es que les hayas perdido, pero la 'no convivencia' y la distancia juegan a vuestro favor, y la relación mejora porque, probablemente, por primera vez empiezas a ver a tus padres como unos amigos que te importan y a los que les importas. Y nunca habrías imaginado esta fórmula.

Además, ¿cómo es la magia que se produce cuando tu madre o tu padre te preparan tuppers y eres la envidia de tu oficina?

El ciclo de la vida es muy fuerte.