Como periodista, y en pleno 2022, todavía me cuesta encontrar una fotografía en alta calidad y accesible de Marsha P. Johnson. Su historia, así como su legado, estuvo muchos años condenada a la marginalidad, estrato social donde la activista de los derechos LGBTIQ+ vivió hasta el día de su muerte. Ahora, y gracias en parte a las redes sociales, sus obras y (casi) milagros son cada vez más reconocidos por el grueso de la población, que la asocia con una amplia sonrisa adornada de una corona de flores con la que posa en una de sus fotos mejor conservadas. Su estilo, tremendamente excéntrico para la época y de bajo presupuesto debido a sus circunstancias, es una de sus principales señas de identidad. Se podría decir que, gracias al trabajo constante de otras muchas activistas que vinieron después de ella, su figura ya ha abandonado la marginalidad para saltar a la cultura popular.

Nacida en Nueva Jersey durante una calurosa tarde de agosto de 1945, fue una mujer transgénero, afroamericana, pobre y trabajadora sexual cuya figura es a día de hoy considerada como una de las responsables del primer Orgullo llevado a cabo en 1970, justo un año después de las revueltas de Stonewall, donde un grupo de personas pertenecientes al colectivo se revelaron contra la policía que aquella noche intentó llevar a cabo una rutinaria redada en el mítico bar gay ubicado en el Greenwich Village de Nueva York. Fue precisamente durante esta importante revolución donde, a medio camino entre lo histórico y la leyenda urbana, hay quienes afirman que Johnson fue una de las primeras que encaró la brutalidad y el abuso policial. Junto a ella, su inseparable amiga y también activista Sylvia Rivera, mujer trans y latina que fundó junto a ella la casa STAR (Street Transvestite Action Revolutionaries), donde personas del colectivo en riesgo de exclusión social encontraron durante años comida, cobijo y compañía. Sea como fuere, lo cierto es que el año siguiente ella fue una de las caras visibles del mencionado primer Orgullo que fue liderado principalmente por personas trans racializadas, quienes a día de hoy siguen siendo el eslabón menos visible de las siglas LGBTIQ+.

unos manifestantes reivindican la figura de marsha p johnson
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Unos manifestantes reivindican la figura de Marsha P. Johnson durante una manifestación en Amsterdam en 2019.

Su muerte, un caso todavía sin resolver

Con el paso de los años, Johnson se convirtió en una de las figuras más representativas de la escena ‘queer’ de Nueva York y, de forma más comedida debido a los medios de la época, también de Estados Unidos. Era precisamente en la ciudad de los rascacielos donde el pasado verano, concretamente en el parque Christopher Park, erigían una estatua en su honor, la primera dedicada a una persona transexual en la Gran Manzana. Entre sus hitos, que no son pocos, también se encuentra el de ser musa del artista Andy Warhol, que contó con ella para su famosa colección de polaradois ‘Ladies and Gentleman’. Y lo cierto es que a pesar de adquirir en vida un cierto renombre y fama en la urbe, su muerte sigue siendo a día de hoy un caso que escuece tanto entre la policía como entre quieres reclaman justicia. Johnson aparecía muerta en el agua del río Hudson después de una manifestación del Orgullo en el año 1992.

marsha p johnson, en una foto de archivo
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La causa de su fallecimiento fue rápidamente archivada por las autoridades como un suicidio, aunque su entorno más cercano siempre negó este hecho afirmando que alguien estuvo detrás de su muerte. En 2012, gracias a la presión ejercida por el movimiento que lidera Victoria Cruz, activista que lucha por que la huella de Johnson no se diluya, el caso se reabría y desde entonces su muerte es tratada como un ‘posible homicidio’. Interesante y viral era el documental de Netflix —estrenado en 2017 y que aún sigue en su catálogo— ‘La muerte y la vida de Marsha P. Johnson’, donde abordan las lagunas que la policía obvió en su momento y que, a día de hoy, no se han resuelto. Y ya han pasado casi 30 años de su muerte.

La ‘P’ de su apellido dio lugar a la frase más memorable que se recuerda de ella. Dicen que, durante un juicio en el que se le sentaba por simplemente existir y ser de forma libre, el juez le preguntó por qué había elegido esta letra para su nombre —dado que no concordaba con su primigenio nombre de pila masculino—. Johnson, lejos de quedarse sin palabras, respondió que era de ‘pay no mind’, traducido al español como ‘no les hagas caso’, un valiente leitmotiv que llevó a cabo hasta el fin de sus días.