Si quieres, puedes, me repetía a mí misma. Para alguien como yo (sin experiencia con las dietas y con buen apetito durante mis 36 años de vida), enfrentarse a una semana sin masticar era todo un desafío. Pero cuando surgió la oportunidad de viajar a la reputada clínica de ayuno Buchinger Wilhelmi, en Marbella, no me lo pensé dos veces. Me sobraban las ganas de ponerme a prueba y la curiosidad por saber más sobre un método que aplauden ‘celebs’ como Elsa Pataky o Ariadne Artines, y que suma adeptos cada día. Un estudio reciente de la Universidad de Valencia revela que, en la última década, las búsquedas en Google de ‘ayuno intermitente’ han crecido de manera exponencial, mientras que las consultas sobre la dieta mediterránea han caído estrepitosamente.

Pero, antes de pasar a contar mi experiencia, si te estás planteando hacer un ayuno prolongado, lo primero que debes saber es quién puede hacerlo. Estos son los puntos clave que nos cuentan los expertos (y, ante la duda, siempre consulta a tu médico):

  • Prohibido: Si eres menor de 18, tienes un índice de masa corporal inferior a 20, estás embarazada o en periodo de lactancia, o sufres patologías como hipertiroidismo, problemas de ácido úrico, gastritis o úlceras sangrantes.
  • No recomendado: A personas con trastornos de imagen corporal o con enfermedades como la diabetes tipo I. Tampoco si presentas baja masa muscular, saciedad temprana o demandas energéticas muy altas por hacer ejercicio físico intenso.
  • Recomendado: Si eres una persona sana. Pero, recuerda, siempre bajo la supervisión de un dietista-nutricionista. Antes de empezar es aconsejable pasar al menos unas semanas alimentándote de forma saludable a base de verduras, frutas, hidratos de carbono de calidad y proteínas no procesadas.

Si estás entre las personas aptas para un ayuno prolongado, pero te invaden las dudas sobre las ventajas, los inconvenientes o cualquier otro punto que forja este proceso bioquímico más bien complejo, aquí te cuento, de forma fidedigna, mi experiencia de diez días en ayuno.

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Primer paso para el ayuno prolongado: preparar la mente

Al comenzar mi viaje valoré si meter unos packs de chocolate en la maleta. No es lo mismo enfrentarse al ayuno intermitente (de corta duración), que lanzarte a uno de diez días como iba a hacer yo. Con él, se alcanza "otra dimensión, más espiritual", según la biblia que me acompaña durante toda la estancia, el libro El arte del ayuno, de la doctora Françoise Wilhelmi de Toledo, directora científica de la clínica, y quien afirma que "en situación de ayuno, cuando ningún alimento procede del exterior, el metabolismo pone en marcha el programa de alimentación interior". José Manuel García-Verdugo, director médico del centro, me dibuja un croquis para que entienda qué ocurre en nuestro organismo al ayunar. "El cerebro necesita glucosa –azúcar– para funcionar. Si dejas de tomar alimentos, existe una reserva llamada glucógeno, nuestro stock, que se acumula en el hígado y en los músculos. Un combustible del que podemos tirar entre 12 y 24 horas", me aclara. A partir de ahí, el cuerpo puede quemar sus propias grasas y proteínas, transformándolas en glucosa, el alimento para el cerebro. "Es el proceso de gluconeogénesis: al convertir la grasa en azúcar, producimos unas basuras metabólicas, la acetona y los cuerpos cetónicos, que hacen que no tengamos hambre. Se llama estado de cetosis", dice García-Verdugo. Este proceso de autofagia ocurre al ayunar al menos 14 horas.

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Así, creyendo firmemente que yo sí voy a pasar hambre, supero mi primer día, el de preparación, en el que sólo tomo 600 calorías en forma de arroz con verduras. Una terapia de choque tras los huevos con chistorra que me zampé la noche anterior para asimilar lo que venía: sólo líquidos. ¿Un tip? Olvida los homenajes previos al ayuno. "Tres días antes, toma arroz, fruta o verdura. Son alimentos muy diuréticos y te ayudarán con la purga", sugiere el doctor, que también recomienda hacerla tras días de excesos.

La ‘cura’ del ayuno (o la limpieza interior)

Con la primera analítica superada –la supervisión médica es continua–, llegan las curvas. Empiezo a tomar las sales de Glauber, o sulfato de sodio, que absorben agua del organismo y me mandan directa al baño. Algunos tardan dos horas en evacuar y otros, como yo, ocho. Maldita cena de despedida. Ahora bien, el intestino vacío se alza como un valor seguro para acelerar mi proceso. Leonor Garoña, jefa de Enfermería de la clínica, y encargada de ponerme un enema (¡sorpresa!) cada dos días, me comenta que "un ayuno prolongado no se puede concebir sin lavativas".

Este proceso contribuye a la buena higiene intestinal, un pilar clave para tener salud. Pero además, paradójicamente, "mientras tu intestino está lleno, el cerebro sigue esperando comida del exterior, y como resultado, sientes hambre", dice.

El tercer día, el momento del 'bajón' del ayuno

Y llega el momento de la crisis. "Suele ser el día tres, cuando no queda nada de stock y tu cuerpo tiene que transformar la grasa acumulada en cuerpos cetónicos. Bioquímicamente es un camino mucho más complejo que al que estamos acostumbrados", me advierte Garoña. Me siento rara. Ya he empezado con las 250 calorías de mis seis días de ayuno, a base de recetas de caldos de verduras, zumos de fruta naturales, todo el líquido acalórico que quiera –o sea, agua e infusiones– y el chute de la mañana: dos cucharadas de miel. Al estado de low battery que caracteriza mi arranque, le acompañan largos paseos por la playa, ya que moverte mientras ayunas favorece que tires de las reservas de grasa. Me acuerdo de algo que repiten mucho los defensores de la práctica: desde que hay vida humana, nos hemos visto privados temporalmente de alimentos. "Nuestras células tienen una memoria ancestral, el cuerpo está diseñado para pasar largos periodos sin ingestas sólidas", me confirma Leonor Garoña. Pensar en nuestros antepasados, que cazaban en verano e hibernaban en invierno, me inspira confianza. Lo mismo que no sentir tentaciones, ni siquiera al ver las stories de mis amigos más foodies. No tengo hambre, ni ganas de comer.

Experimentarlo por mí misma es revelador. Emocionada porque auguro adelgazar sin mucho sufrimiento, conozco a Ulla Höhn, responsable del equipo de Nutrición del centro y de ponerme los pies en la tierra: "Ayunar te ayuda a encontrar equilibrio en el peso, pero va mucho más allá. Favorece la calidad del sueño, la inmunidad y la salud en general, especialmente en patologías asociadas a la alimentación (diabetes, hipertensión...) y en las enfermedades cardiovasculares. Para quien está sano, tiene efectos preventivos". El doctor García-Verdugo añade que "previene malos niveles de colesterol, triglicéridos y azúcar, así como el estrés". Por eso, como me confirma también Mar Mira, doctora de la Clínica Mira+Cueto, se habla tanto de ello: "El proceso de autofagia estimulada por el ayuno despierta una gran curiosidad por sus beneficios en el rendimiento físico, intelectual e, incluso, en el estado de ánimo".

La readaptación tras romper con el ayuno

Una compota de manzana, como si se tratara de Eva saliendo del paraíso, es el alimento que rompe mi ayuno. Después, estoy tres días a 800 calorías procedentes de vegetales, fruta, pescado, productos integrales o probióticos, que aseguran la buena materia prima necesaria en este punto decisivo. "Es el momento en el que vuelves a la digestión. Se regenera la macrobiota, los habitantes de nuestro intestino, donde se encuentra el 70% de nuestro sistema inmune", remarca Ulla Höhn. Me doy cuenta de que el programa Compact se me ha quedado corto. El recomendado para debutantes, siempre bajo supervisión facultativa, es el de 14 días: una jornada de preparación, 9 de ayuno y 4 de readaptación. En mi sexto y último día de ayuno, no quiero dejarlo. Para mi sorpresa, me siento muy bien. Empiezo a entender esa cuestión, casi mística, de que un cuerpo liviano favorece la claridad de la mente (por eso el ayuno está presente en muchas religiones). "Llegamos a estados de conciencia más sutiles. Al eliminar lo pesado de lo material –y la comida lo es–, abres paso a un cambio curativo interior que puede ser la gran oportunidad de tu vida", afirma Gabriele Gross, psicóloga del grupo. ¿La clave? Retirarte del mundo. "Todo este proceso exige al cuerpo tal adaptación, que es necesario realizarlo en una situación de sosiego vital", añade Mar Mira.

La vuelta a casa y las lecciones del ayuno

Prueba superada y primera lección aprendida: ayunar engancha. Además, gano en seguridad para probar con ayunos cortos, con los que dar un respiro a mi sistema digestivo y ayudar a mantener mi peso. En la Clínica Mira+Cueto me proponen algunas opciones: 12/12 (tienes un rango de 12 horas para ingerir alimentos), 16/8 (la más popular, en la que puedes comer durante ocho horas) o One meal a day (una comida al día). Pero, ¿es sano ayunar? Alfredo Martínez, director del Programa de nutrición de precisión de IMDEA Alimentación, señala que "no tiene por qué ser ni mejor ni peor que las tradicionales dietas hipocalóricas. Pero sí que suele generar un alto grado de adherencia". Aunque ojo, según un estudio de la Universidad de California, podría conllevar pérdida de masa muscular. Por eso es fundamental hacerlo de la mano de profesionales.

La última lección que aprendo es reveladora: me siento como si pesara diez kilos menos aunque, según la báscula, sólo he perdido tres. Al dejar temporalmente la alimentación externa, el cuerpo se muestra más predispuesto a poner la atención dentro, y no fuera. He descubierto que retirarse y ayunar puede ser un viaje hacia tu interior. ¡Un regalo!

La clínica Buchinger Wilhelmi llegó de Alemania a la Costa del Sol en los años setenta para revolucionar el mundo healthy. Hoy, es pionera en el arte del ayuno. Más de 200 profesionales –médicos, enfermeros, fisioterapeutas y psicólogos– facilitan el reseteo físico y mental que promueve el método que creó el médico alemán Otto Buchinger para curar sus propias dolencias. "Tenemos datos que indican que dos tercios de los pacientes luego se mantienen", dice su bisnieta, Katharine Roher-Zaiser, directora del centro. Sus programas de ayuno, de 10 a 21 días, se complementan con tratamientos médicos y estéticos, y actividades como yoga, taichi o pintura. Si prefieres mimarte sin renunciar a la cocina, hay un plan de dieta hipocalórica. Precio: Desde 3.000 € a la semana.

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Winfried Heinze
Exterior de la clínica Buchinger Wilhelmi.
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Amaya Lacarra

Tras una década escribiendo y entrevistando sobre viajes, cultura y gastronomía en distintas revistas femeninas, ahora dirige el equipo digital de Cosmopolitan. A su especialidad del buen comer o del buen hacer en cualquier recoveco del mundo, ahora se suma la gestión de otros campos como la moda, la belleza o las ‘celebrities’. Adicta al chocolate y a su Navarra natal, estudió Humanidades y Comunicación en la Universidad de Deusto, además de cursar un Máster Oficial de Periodismo de Investigación en la Universidad Complutense de Madrid.