Hace poco, tuvimos la oportunidad de hacer una entrevista a Lucía Rivera, a colación del lanzamiento de su libro 'Nada es lo que parece' (Editorial Planeta), una especie de biografía que no dejó indiferente a nadie. En ella, hablaba de cuestiones tan diversas como duras –tales como el consumo de ciertas sustancias, el abuso en relaciones sexoafectivas, el dolor emocional y los Trastornos de la Conducta Alimentaria–, todas ellas vividas en primera persona. Hoy, con motivo del Día Internacional de la Lucha contra los TCA, ha escrito una reflexión, en forma de carta abierta, a sí misma. Con ella, se expone, se muestra vulnerable y se libera.

Querida Lucía:

Estos días he hecho un ejercicio de autoanálisis y me he preguntado cuál fue el momento en el que empezó esta lucha contra lo que, irónicamente, tantas veces te salvó: tu cuerpo.

Recuerdo que, cuando crecías, ibas mirando hacia abajo, y veías cómo el suelo estaba cada vez más y más lejano. Hasta que un día, observaste otra cosa: tus piernas. De pronto, estaban repletas de fallos. Y te obsesionaste con encontrar la manera de cambiarlas, porque para ti, eran lo que muchos otros te habían dicho: "palillos, espaguetis…", así que ibas a las tiendas de ropa buscando las tallas más pequeñas, te probabas absolutamente todos los pantalones y, finalmente, te llevabas el que más curvas te hacía. Cuando los estrenabas emocionada, nunca te acababan de gustar, porque daban de sí, y acababas haciendo todos los "trucos" posibles para remangarlos y que no se notara lo "escuálida" que le parecías al resto. Comenzaste a esconder tus piernas.

A los 16 años fue tu primer desfile, ¿recuerdas? Seguro que las dos estamos de acuerdo con que fue uno de los momentos que marcaron y marcarán tu vida para siempre. Muchos decían que tendrías que "rellenar" las piernas. Otros, en cambio, las veían como tu mejor cualidad: "Unas piernas extremadamente delgadas y largas era lo mejor para ser modelo".

Pero preferiste 'rellenarlas', y hubieras pagado el precio que fuera necesario, así que te atiborraste a batidos de proteínas y conseguiste el objetivo.

A los 18 años, volviste segura de tus piernas, pisando fuerte (y nunca mejor dicho) y pasó algo que jamás te hubieras esperado. Para el resto, se habían pasado de "gordas y rellenitas", así que, de pronto, miraste de nuevo hacia abajo, pero con otra idea: cómo cambiarlas, cómo hacer que volvieran a ser como antes.

Y tu mirada subió un poco más y encontraste otro problema: tu vientre. Otro aspecto más que que cambiar para ser esa "modelo perfecta". Cada vez que caminabas por la calle, buscabas tu reflejo en cualquier cristalera y, de perfil, metías barriga hacia adentro. De repente, los pantalones ya no tenían que ser los más pequeños de la tienda, sino los más grandes, para disimular esos "kilos de más".

Ahí, querida Lucía, ya había empezado la lucha contra ti misma.

La comida pasó a ser lo más preocupante de tus días: el arroz y la pasta eran impensables, la verdura tenía que ser sólo verde y antioxidante. La misma báscula en la que celebrabas los números de más con saltos de alegría, se convirtió en tu mayor enemiga cuando marcaba un numero más que 50, porque ese era "el número perfecto". Si tenías 'castings', aprendiste que podías estar días enteros sin comer hasta que no aguantaras más del hambre. Y cuanto más tarde comieras era una mejor señal, seguro que tu cuerpo te lo agradecería, porque comerías menos y bajarías más fácilmente de kilos. También, preferías ir caminando a todos los sitios y subir corriendo las escaleras, porque seguramente podrías quemar más grasa.

Llegaste a París.

Antes de aterrizar en la gran ciudad de la moda, con ganas de comerte el mundo, te dijeron que "para triunfar en París, tendrías que parecer anoréxica". Así que, apareciste en ese 'casting' sudando, porque preferiste cruzarte la ciudad andando, para llegar lo más delgada posible. ¿Recuerdas a esa mujer? Miró tu cuerpo de arriba abajo, analizándolo, te sonrió y dijo: "Me encantas, pero tienes poco pecho".

Fue la excusa perfecta para ir directa a operarte cuando, años después, seguían retumbando esas frases en la cabeza. Otra vez, había que cambiar algo en ti. Además, en ese tiempo, alguien a quien querías mucho te dijo mirando el reflejo del espejo de un ascensor: "Estás escuálida, así no me gustas". Todos los fantasmas del pasado llegaron de nuevo a ti, y te obsesionaste con el deporte y a acribillarte a sentadillas.

Cuando esa relación se acabó, llegaste a tu antigua agencia y te agarraron los mofletes, toquetearon tus antebrazos y dijeron: "Estás demasiado hinchada". Así que, ya no sólo mirabas tu vientre en cualquier reflejo, acercabas tu cara hasta que chocabas con tu nariz con el espejo y pensabas de qué manera podrías sacar todos los líquidos de tu cuerpo; pensaste incluso en una bichectomía. Menos mal que no lo hiciste. Pero empezaste a fijarte en cuerpos ajenos y a verlos mucho mejores que el tuyo, a buscar por Internet "remedios infalibles", cremas reductoras, fajas... Y nunca era suficiente. Siempre podías bajar un poco más. Las tiendas en las que antes te perdías y disfrutabas, ya no eran lo mismo si no conseguías entrar en la talla más pequeña. Fuera como fuera, tú tenías que llegar a lo más alto, a ser un ángel de Victoria's Secret, y tu cuerpo era el que te llevaría a ello.

Ahora me pregunto cómo lo hacías, si eso no era más que maltratarlo. Todo fue tan inconsciente... Y aunque a día de hoy te has reconciliado con la comida, la culpa te acompaña años después. Ojalá no hubieras escuchado todas esas voces diciéndote cómo tu cuerpo "sería mejor". Ojalá esas mismas voces nunca se hubieran quedado dentro de ti castigándote.

Ojalá tu cuerpo no fuera ningún precio a pagar. Ojalá que nunca lo hubieran tratado como un objeto que podía cambiar sus piezas, como una muñeca.

Porque si algo he descubierto, es que tu cuerpo es tu mayor templo. Y es perfecto de la manera que sea, sea en la talla que sea. Tu cuerpo es el que llevarás contigo hasta el final de tus días. Así que, querida Lucía, años después, cuando has entendido lo que es el amor propio, cuando has entendido que sólo es posible ser perfecta para una misma, por fin miras con más calma y serenidad tu propio reflejo, el que antes te aterraba.

*Si quieres conocer más sobre la historia de Lucía, no te pierdas su libro:

ESPASA CALPE Nada es lo que parece (NO FICCIÓN)

Nada es lo que parece (NO FICCIÓN)

ESPASA CALPE Nada es lo que parece (NO FICCIÓN)

19 € en Amazon
Crédito: D.R.