El amor es ese tema universal y omnipresente en cada etapa de nuestra vida. Amor hacia la familia; hacia esas amigas con las que compartes piso, copas de vino y confidencias; hacia tu mascota (a la que mimas más que a ti misma) y hacia tu pareja (o tu ‘crush’, depende de en qué momento te encuentres). Y es que las mariposas del enamoramiento y el estallido de una ruptura han sido momentos que han protagonizado algunas de las historias más inolvidables por la fuerza de las emociones que transmiten. Pero los pasajes eróticos tampoco se quedan atrás, y las novelas cuyos personajes no pueden cruzarse sin despertar una altísima tensión entre ellos hoy copan las listas de libros más vendidos.

    Si has visto decenas de veces las numerosas temporadas de ‘Anatomía de Grey’ y necesitas una buena dosis de enfermeros, médicos y, en general, personal sanitario que no puede resistirse a enamorarse dentro de las paredes de un hospital, entonces tenemos la lectura perfecta para ti. Pon una ‘playlist’ con canciones ‘hot’ o las mejores canciones de amor de la historia, y escoge la que te ayude a entrar en el ‘mood’. Vamos a colarnos en los pasillos (y ascensores) de uno de los hospitales más prestigiosos de Estados Unidos (en la ficción).

    Déjanos presentarte al ‘dream team’ de ‘Anatomía del amor’, la novela de Ava Reed que se ha convertido en un ‘best seller’. Y no nos extraña, teniendo en cuenta que los personajes son residentes de medicina dispuestos a demostrar su valía frente a un grupo de doctores de lo más variopinto y con los que compartirán horas de quirófano, nervios y... encuentros de lo más eróticos.

    Los protagonistas de este relato son Laura Collins, una médico residente, y Nash Rice, jefe de cirugía. Puede que se especialicen en cardiología, pero lidiar con corazones rotos no viene en los libros, como tampoco se explica la evidente atracción entre ambos. Las cosas van a ponerse de lo más interesantes en el Hospital Whitestone... Si te apetece leer el libro, aquí tienes un aperitivo con este relato exclusivo de la autora.

    MARTINEZ ROCA,EDICIONES Adéntrate en el Hospital Whitestone con ‘Anatomía del amor'

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    Crédito: Ediciones Martínez Roca

    Relato erótico: ‘Cinco minutos en el ascensor del hospital Whitestone’

    El turno fue un horror. Infinidad de casos nuevos, docenas de operaciones de corazón… Y, con tantos papeles, Grant y yo estamos completamente agotados…

    Cuando archivo una historia y creo que el montón poco a poco se va reduciendo, Nash nos deja diez más en el mostrador.

    Grant se queda mirando al jefe de la unidad de cirugía cardiaca como si no estuviera en su sano juicio, se levanta de un salto y le dice, indignado:

    –¿En serio, Nash? ¿Es que me quieres matar?

    Me río y niego con la cabeza.

    –Vete a casa, Grant. Ya has terminado aquí. –Me aparto un mechón de pelo de la cara y veo a Laura, que se detiene junto a nosotros y sonríe… al menos hasta que nos ve bien.

    —¿Os han obligado a vaciar y lavar a mano todas las cuñas del Whitestone? Si no, ¿por qué ponéis esa cara?

    –Tan malo no es.

    Desesperado, Grant suelta una risotada.

    –Sí que lo es. A Sofie le han tirado un pie de gotero y a mí me han echado la bronca. Aparte del estrés de siempre, hoy el café es peor que nunca y Nash no para de dejarnos historias. No hay derecho, bambina.

    –Exagera –le digo a Laura, y reprimimos una sonrisa.

    –Os he traído una cosa –Laura deja en el mostrador dos vasos de papel grandes, y sé lo que contienen.

    –Café –dice Grant con voz lastimera mientras coge uno.

    –Es un mocaccino.

    –Dios, te quiero –farfulla Grant, y yo le doy las gracias a Laura cuando me ofrece el otro vaso.

    –De nada. Y ¡ánimo!

    Mientras Laura desaparece en la sala de descanso de los médicos y Grant flirtea efusivamente con su mocaccino, yo sigo trabajando… y cojo un historial del montón que me deja perpleja.

    –¿Y esto? –refunfuño–. No es para nosotros.

    –Mmm… Es verdad. Es de cirugía de quemados.

    –¿Vas tú? –suplico, pero él cabecea.

    –De eso nada.

    –Mierda –suelto, porque no tengo más remedio que ocuparme yo.

    Cuando llego al edificio B, saludo a una de mis compañeras y le entrego los papeles.

    –Madre mía, no sabes cuánto te lo agradezco. Lo estaba buscando. Ethan me habría arrancado la cabeza si no hubiese aparecido.

    Resoplo. El doctor Ethan Thomas, médico jefe de la unidad de cirugía de quemados… y el motivo de que yo no quiera estar donde estoy ahora. Por eso me marcho deprisa, voy hacia el ascensor, pero antes de llegar escucho esa puñetera voz, tan bonita…

    –Sofie Vega.

    Aprieto el paso y, aterrorizada, pulso el botón varias veces para que el ascensor llegue antes.

    Pero no llega…

    Resignándome, respiro hondo, me vuelvo hacia la izquierda y me enfrento a mi pesadilla personal. Pelo castaño oscuro, ojos claros, rasgos marcados, actitud segura y una mirada que me resulta demasiado fascinante. Labios finos pero de bonita forma, que sé lo bien que besan.

    –Hace mucho que no vienes por aquí.

    –Si de mí dependiera, Ethan, haría todavía más. –Sonrío exageradamente, me doy la vuelta y me quedo mirando las puertas del ascensor. Ojalá ese hombre no me importara.

    –Sofie –empieza él con expresión seria, y levanto la mano para hacerlo callar.

    –Ya está todo aclarado. Tú no querías nada serio, yo sí, y lo sabías. Sólo que olvidaste comentarme que no estabas en el mismo punto que yo, y, ya puestos, podrías habérmelo dicho ANTES de que nos acostáramos.

    –No quería hacerte daño. Ni tampoco… utilizarte –asegura, y lo dice de verdad. Es enervante, es un listillo, un mujeriego, pero no un mentiroso. Sin embargo, yo sí lo sería si afirmase que ya no me duele. O que he pasado página.

    –Te lo he dicho, ya está todo aclarado.

    Ethan se sitúa muy cerca de mí. Noto su aliento en mi mejilla, lo huelo, huelo su aftershave, y no puedo evitar tragar saliva, porque me afecta más de lo que pensaba.

    –Lo siento. Me arrepiento más de lo que crees de haberla pifiado contigo.

    No digo nada, porque no puedo fiarme de mi voz. Porque me acaloro y mi corazón traicionero me late con tal fuerza en el pecho que temo que él pueda oírlo.

    –Ojalá te hubiera dicho entonces lo que siento por ti y no hubiese sido un cobarde que prefirió herirte a confesar sus sentimientos.

    Me gustaría tanto creerlo…

    Los ojos se me humedecen, pero no voy a llorar, eso seguro. No delante de él, y tampoco por él. Nunca más.

    Ding.

    Las puertas se abren, entro, levanto la vista y, justo cuando lo hago, sé que es un error.

    Una lágrima me corre por la mejilla, no lo puedo evitar, y cuando Ethan se mete en el ascensor, quiero gritarle que se vaya al infierno. Pero la voz me falla y en el segundo en que me rodea la cara con las manos, me seca la lágrima, su boca busca la mía y me estrecha entre sus brazos, todo es tan doloroso y tan bonito que no sé qué hacer.

    Pero entonces lo beso, deposito en ese beso toda mi rabia y mi desesperación, todo el dolor y todo el deseo.

    Las puertas se cierran y sé con absoluta certeza que voy a arrepentirme de esto. Cada segundo que le regalo me perseguirá. Pese a todo, me arrimo a él, me abandono a sus caricias y el leve gemido que deja escapar vibra en mis labios y hace que se me ponga la piel de gallina en todo el cuerpo. Mis manos están en su nuca, se deslizan por su pelo y lo agarran con fuerza, mi vientre se pega a él y, cuando Ethan me levanta de golpe y me empotra contra la pared del ascensor, jadeo con fuerza.

    –Haré lo que haga falta para que me des otra oportunidad –musita con voz ronca.

    Mi pecho sube y baja con furia. Escucho lo que dice, pero no puedo contestar, porque estoy a punto de suplicarle a Ethan que me siga tocando… y que no deje nunca de hacerlo.

    Y, como si me leyera el pensamiento, me besa de nuevo. Succiona mi labio inferior, pasa la lengua por él, juega conmigo y yo lo disfruto. Lo beso y ya casi no puedo respirar cuando noto su erección entre mis piernas. Su mano descansa en mi mejilla, con el pulgar me recorre la línea de la mandíbula, va bajando, por el cuello, la clavícula; su mano me acaricia el pecho y la cintura… se desliza bajo mi blusa. Y cuando su piel caliente toca la mía, lanzo un suspiro.

    No quería, pero lo echaba de menos.

    Lo echaba a ÉL de menos.

    Ethan resigue las líneas y las elevaciones de mi sujetador con aire juguetón, indolente, y me hace enloquecer con sus besos y su lengua. Describe movimientos circulares con las caderas, me encierra en una jaula de placer, y quiero más. Me pego a él cuando me aparta el sujetador, gimo cuando rodea mi pecho y con la otra mano me deshace la trenza en la que llevaba recogido el pelo largo. Arqueo la espalda y noto el calor en las mejillas, oigo mi respiración acelerada y los jadeos suaves, excitados, que emite él.

    Ethan me besa el cuello y deja una huella que me abrasa. Echo la cabeza hacia atrás y me dejo hacer, mis gemidos se vuelven más altos, más vehementes. Al mismo tiempo le levanto la bata, mis manos buscan su vientre… y pego un respingo cuando el ascensor se detiene y se oye de nuevo ese ruidoso ding. Nos miramos, respirando pesadamente, y de repente soy consciente de qué estoy haciendo en ese sitio.

    –Esto no ha terminado –me susurra Ethan al oído, y yo pienso: «Puede que le acabe dando otra oportunidad».

    Headshot of Cristina Fernández
    Cristina Fernández

    Cristina es redactora de belleza y ‘lifestyle’. Para sorpresa de nadie, adora escribir sobre tendencias, propuestas de maquillaje y todo tipo de consejos de estilismo (especialmente aquellos para chicas bajitas). Nada le inspira más que un buen libro y tomar notas en una libreta ‘cute’. Le apasiona todo lo que tenga que ver con la cultura ‘pop’ y se pasó una importante parte de su adolescencia analizando el ‘street style’ de las famosas y aprendiendo a hacer el ‘eyeliner’ en menos de cinco minutos.

    Se trasladó a la capital para estudiar Periodismo y Comunicación Audiovisual en la Universidad Carlos III de Madrid, para después adentrarse en el mundo de las marcas con el Máster de Gestión Publicitaria de la Universidad Complutense. Los meses en los que vivió en París los dedicó a impregnarse de ese ‘je ne sais quoi’ de una de las capitales mundiales de la moda.

    Comenzó como periodista en la revista El Duende, donde redactaba sobre eventos culturales. Lleva escribiendo desde que tiene uso de razón, y cuando tenía dieciséis años nació su novela ‘Contando estrellas apagadas’. Actualmente cursa el diploma de Marketing y Comunicación de Moda y Lujo, organizado por la revista Elle junto a Mindway y la Universidad Complutense.