Tanto el amor como el sexo han sido temas ‘tabú’ en muchas épocas de la historia y, en ocasiones, siguen siéndolo. Una puede llegar a pensar que el sexo ha sido más ‘tabú’ que el amor pero, en pleno 2023, a los jóvenes les da más miedo enamorarse y pillarse que darse un par de besos tontos en un portal al volver de fiesta. El hecho de engancharse a alguien y llegar a sufrir y pasarlo mal por esa persona si no sale bien, duele, y eso es un hecho.

Está muy bien buscar en Internet consejos para superar rupturas, aunque no hay que ponerse la tirita antes de que salga la herida, ¿no? La vida es dura y quien no se arriesga a enamorarse, no lo hará nunca. Y esto no es algo de ahora, los pasajes eróticos ambientados en momentos concretos de la historia no se quedan atrás: pasiones, enamoramientos, enganches, rupturas, desengaños, etc., conforman las listas de los libros más vendidos del panorama internacional.

Si te has devorado ‘La reina Carlota’ en menos de una semana y todavía no conoces la novela erótica ‘Los secretos de la cortesana’, de Estefanía Ruiz, te animamos a que te hagas con él. Entre sus líneas te adentrarás en el fascinante y apasionado Madrid del siglo XVIII y conocerás a Julia Ponce de León, la hija del pintor de cámara de la corte de los Monteros, y una de las muchas cortesanas que habitan en el Palacio Real.

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Crédito: Suma de Letras


Mientras que te llega a casa (¡si no lo tenías ya!), te animamos a seguir disfrutando de su capacidad de narrar historias eróticas pero, esta vez, ambientada en la actualidad. ¿Eres de las que piensa que hay personas que, pase el tiempo que pase, siempre se desearán sexualmente? Sigue leyendo...

Relato erótico: "El universo siempre estuvo de nuestra parte"

Miró la hora repetidamente como si aquel gesto pudiera parar el tiempo. Bajó las escaleras que le llevaban al tren, enfundada en un vestido de satén blanco, con el mismo brío del personaje secundario al que el asesino en serie persigue, cuchillo en mano, en una peli americana.

–Joder, vagón 3, asiento 1A —maldijo al ver que la agencia le había puesto en una mesa de cuatro, de esas que tanto odiaba.

    Iba tan acalorada, tan exhausta, tan ensimismada que, al sentarse, tan sólo alcanzó a apoyar la cabeza en la ventana y cerrar los ojos para suspirar. Lo que jamás hubiera imaginado es que, al abrir los ojos, él estaría allí. Sentado en el asiento 1C, frente a ella.

    Ninguno alcanzó a articular palabra. Era imposible que, de todas las ciudades, de todos los destinos, de todos los trenes, de todas las horas, de todos los vagones y de todos los asientos, hubieran coincidido allí, uno frente al otro. Hacía un año desde que se despidieron y no habían vuelto a verse, ni a oírse, ni a olerse, ni a sentirse.

    Estaba tan guapo como siempre, o quizás más guapo que nunca. Aunque nunca le vio más atractivo que con su cara entre sus piernas (en ese instante cuando sus rodillas aprisionaban sus mejillas y sus ojos se iluminaban como destellos).

    Siguieron callados, mirándose a los ojos fijamente como si en la lejanía que los separaba pudieran traer a su mente los mismos recuerdos que les unían.

    – El universo siempre estuvo de nuestra parte —comenzó él.

    – Depende de si esto lo consideras un regalo o un castigo —sentenció ella intentando no entrar en su juego.

    – Tú siempre has creído que todo pasa por alguna razón —volvió a tirar del pasado.

    – Y también creo que lo que no pasa, no pasa por alguna razón —siguió ella disimulando las ganas que invadían su cuerpo por su simple cercanía.

    – Efectivamente, hay cosas que no pasaron y que dejamos por hacer. Pero es curioso que el universo haya querido sentarnos uno frente al otro… —reflexionó zalamero.

      Ella volvió a clavar sus ojos en él, no había cambiado. Su pelo oscuro, sus paletas separadas y aquella barba de tres días. Pero, sobre todo, su perfume. Ese perfume que le embriagaba sin miramientos y le hacía perder la razón. No supo si era por el frío de aquel tren o por lo imponente de su mirada, pero sus pezones no tardaron en ponerse duros. Y aquel vestido hizo que la mirada del joven fuera a ellos como punto de mira de un francotirador.

      El joven se abalanzó hacia delante y aprovechó el despiste de los presentes para colar su mano bajo la mesa y pasearla sin impunidad sobre su muslo. Ella no esperaba ese roce, así que dio un respingo intentando recomponerse de aquella caricia. No daba crédito, necesitaba respirar. Se levantó rápidamente y se dirigió al baño. Al entrar, se miró al espejo y pudo adivinar en su rostro esa mezcla de sorpresa y excitación.

      Abrió el grifo del agua fría y cogió un poco para dejarla caer por su cuello, en pro de bajar revoluciones y calmar todo aquello que acababa de vivir. Pero de repente, un golpe secó revivió la puerta del baño.

      – ¡Está ocupado! —gritó ella.

      – Lo sé —respondió él.

      – Ya salgo —respondió seria ocultando su excitación.

      Al abrir la puerta quiso dejarle paso, pero él tenía otros planes. La introdujo con delicadeza dentro del baño y comenzó a mirarla con detenimiento como el que observa una obra de arte. A él se le aceleró el pulso y las piernas también le temblaban. No podía entender cómo esa mujer era capaz de generarle eso con tan solo mirarla. Con aquel vestido de satén blanco le recordó al cuadro del que se enamoró en el Museo Sorolla: “Después del baño”. Una mujer desnuda recién salida del baño cubriendo su piel únicamente por un paño blanco. El joven se sintió un poco Sorolla admirando su propia obra. Recordó el Síndrome de Stendhal, lo estaba experimentando: “elevado ritmo cardíaco, temblor, palpitaciones cuando el individuo es expuesto a obras de arte, especialmente cuando estas son extremadamente bellas”. Y ella era extremadamente bella, no de esas bellezas perfectas cortadas por el mismo patrón, sino de las que tienen ese atractivo que te brinda la energía que emanas. Y ella era un río desbocado de energía de esa que no controlas, de la que se te cuela por las grietas.

      Colocó su mano en su esternón y pudo notar cómo el pecho de ella se hinchaba con cada respiración. Aquella distancia negativa creaba entre esos dos cuerpos un cúmulo de sensaciones que creían olvidado.

      Él apartó lentamente de sus hombros los tirantes del vestido haciendo que éste cayera de forma brusca al suelo. Ella bajó su mirada y al ver sus pechos completamente desnudos bañó de saliva la yema de sus dedos y la utilizó para humedecer sus pezones.

      – Desnúdate —le ordenó al joven.

        Él aceptó el mandato sin reproche y dejó caer sus pantalones. Cruzaron sus miradas y sus bocas se buscaron como imanes que se rozan. Los ojos cerrados y un beso tan húmedo que hizo réplica en sus bragas, que acabaron por empaparse.

        – Me encanta cómo sabes —dijo él trayendo a su mente infinidad de recuerdos.

        – ¿Has soñado alguna vez conmigo este último año? —preguntó ella jadeante.

        – Más veces de las que me gustaría y más de las que reconocería —confesó.

          El joven se apartó, reparó en el primer lunar al inicio del cuello y fue creando una línea imaginaria que unía sus lunares. A sabiendas de que ese camino culminaba en el punto más álgido de su anatomía. Sujetó con sus manos sus pechos y dibujó círculos con su lengua sobre ellos. Los jadeos de ella dejaban en evidencia que su ritmo cardiaco se disparaba al tenerle cerca. Más aún, al pensar que cualquiera podía descubrirlos.

          – Van a oírnos —dijo ella con más morbo que vergüenza.

          – Ojalá lo hagan —contestó él desafiante.

            Recorrió beso a beso cada centímetro de su piel. Con sus ojos clavados en ella siguió bajando hasta que recordó que el último lunar de ella estaba en su sexo. Paró en seco, pero ella ya conocía ese juego, así que le sujetó la cabeza con sus manos dirigiendo la boca de él hacia el único lugar que creía correcto: su sexo. Él besó el último lunar y suspiró con aire de saberse vencedor.

            – Abre la boca —susurró ella salvaje.

              Él obedeció. Abrió la boca y ella dejó caer una hilera de saliva. Acto seguido él le separó los labios y comenzó a lamerle el sexo con delicadeza, como si tuviera toda la vida por delante. La respiración de ella se entrecortaba y tantas ganas acumuladas hicieron que el pene de él se pusiera erecto instantáneamente.

              Ella al notarlo comenzó su turno: lamió su boca, besó su cuello y bajó su mano para sujetarle el pene. Comenzó a jalarlo de atrás hacia delante, cada vez más y más rápido. Entonces, alguien tocó la puerta y los dos se rieron sabiendo que les habían pillado.

              – ¡Está ocupado! —dijo ella aguantándose la risa.

              – ¡Lleva usted una hora ahí dentro! Como tarde mucho pienso llamar al revisor —amenazó una voz desde el otro lado.

                Sus cuerpos seguían manteniendo aquella conexión que les hacía sentirse más vivos que nunca. Volvían a saltarse las normas porque, cuando se cruzaban, se tornaban ávidos de emociones. Como si aquellos cuerpos estuvieran destinados a desearse para siempre.

                – Tenemos que salir rápido o nos pillarán —rio ella.

                – No vamos a salir hasta que no te corras —reconoció él porque siempre le había excitado ver cómo la joven alcanzaba el clímax.

                  Y aquella frase fue la mecha que prendió la dinamita. Un cúmulo de recuerdos encendieron sus sentidos, despertaron sus instintos más animales y aquella energía dormida volvía a estar despierta. Se miraron a los ojos y, besándose como salvajes, él embadurnó sus dedos de saliva y comenzó a hacer círculos suavemente sobre el sexo de ella. Aquel movimiento le estaba encendiendo y su espalda se curvaba cada vez más ansiando notarlos dentro de ella. Hasta que el joven se apiadó y los introdujo en su sexo sin miramiento una y otra vez. Ella jadeó extenuada seguido de un suspiro que indicaba el final de ese viaje. Porque daba igual las decisiones que hubieran tomado a lo largo de ese último año, entre aquellos cuerpos solo había un final posible: seguir deseándose. Y maldecir aquel AVE de las 08:30. O darle las gracias por aquel viaje.

                  Bendito AVE.

                  Bendita energía.

                  Bendito universo.

                        Headshot of Alejandra R. Matallana
                        Alejandra R. Matallana

                        Alejandra Rodríguez Matallana es redactora de actualidad y moda en Cosmopolitan. Conoce la vida de todas las 'celebrities', actrices e ‘influencers’ que están a la última (buscar en redes sociales la noticia es su mantra).
                        Julia Roberts, Anna Castillo y María Pombo son algunos de los nombres favoritos a los que sigue la pista cada día. Alejandra conoce a la perfección lo nuevo que llega a Zara, todas las novedades de zapatillas (sobre todo Adidas) y es experta en vestir con estilo utilizando ropa y accesorios de segunda mano o tiendas 'vintage'.
                        Alejandra está en su último año de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, y en la universidad ha descubierto otra de sus pasiones: la radio. Participa en el programa radiofónico de entretenimiento ‘Hay Alguien Ahí’, donde colabora como locutora, redactora de guiones, gestión de redes y presentadora. Parece que la radio ha entrado en su vida para quedarse porque además tiene un pódcast (aleristt en Spotify) hablando sobre el mundo del arte. También, colabora con el periódico El Generacional con temas culturales y de actualidad.