Si te has preguntado alguna vez por qué el violeta es el color feminista, quizás hayas concluido en que es el derivado de mezclar el azul y el rosa (los colores patriarcales que diferencian los dos géneros predominantes). Si la lucha de mujeres y aliados busca una homogeneidad en ese sentido, sería inteligente que se usara el morado, ¿no? Esta es una de las teorías.

Por otra parte, el violeta también fue usado por las sufragistas que reivindicaban su derecho al voto (entre otras cuestiones, como compartir la patria potestad de los hijos o administrar los propios bienes) con bandas en las que aparecía este color, el blanco (que representa la honradez) y el verde (la esperanza del cambio).

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D.R.
Fotograma de la película ’Sufragistas’ (2015).

La activista inglesa Emmeline Pethick argumentaba su uso de esta manera: "El violeta, color de los soberanos, simboliza la sangre real que corre por las venas de cada luchadora por el derecho al voto, y su conciencia de la libertad y la dignidad".

Pero la creencia más asentada –que posicionó al morado como el color reivindicativo feminista– y que el movimiento se apropió, radica en una fatídica anécdota que tuvo lugar en Nueva York, en 1911.

Las condiciones de las mujeres que trabajaban en la fábrica de camisas Triangle Shirtwaist era nefasta, y la leyenda más extendida (aunque nunca se pudo demostrar) cuenta que, tras sus incesantes quejas, uno de los dueños prendió fuego al edificio.

Más de 140 mujeres murieron quemadas y, como las camisas que estaban confeccionando eran moradas, el humo que apareció y se vio desde todo Manhattan era de ese color, por lo que la rabia ante la situación coronó a ese tono como el de la protesta ante la desigualdad de las mujeres.

Sea cual fuere la razón, ponerse las gafas violetas resulta hoy imprescindible para construir un futuro basado en la equidad, así que, ¡que viva el morado!