La activista Pauline Harmange escribía en verano del 2020 un ensayo con el contundente título de ‘Hombres, los odio’ (Editorial Paidós). El libro casi era censurado en Francia, donde se ha convertido en un éxito de ventas y en objeto de debate. La propuesta que pone sobre la mesa es algo polémica: ¿Toca tirar de misandria –aversión a los varones, la RAE ‘dixit’– contra la misoginia del sistema patriarcal?

Lo cierto es que a las feministas siempre se les ha acusado de odiar a los hombres. Tanto que incluso se ha acuñado el término ‘feminazi’ –en un uso muy banal de lo que supuso el nazismo, por cierto–, para señalar que quieren acabar con los varones y con algunas buenas tradiciones del patriarcado, como piropear a las mujeres por la calle o perpetuar el misterio femenino, ese que hace que cuando una mujer dice no quizá quiera decir sí.

Al convertir el #Noesno en una consigna, hablar de consentimiento o pedir que te dejen en paz, parece que las feministas quisieran acabar con la fiesta patriarcal. Por mucho que expliquen la vinculación de la violencia y las agresiones sexuales con comportamientos como los descritos, o la incomodidad de que comenten tu físico como si estuvieras expuesta en una feria con jurado masculino, se las tacha de aguafiestas o de odiar a los hombres.

“Ha habido un enorme trabajo contra el feminismo para intentar que parezca un movimiento de odio y de rechazo”, apunta Harmange, “así no querremos darle la razón a la estereotipada ‘feminista rabiosa e histérica’. El problema es que, en la sociedad actual, no existe la ‘buena’ feminista, ni ninguna mujer ‘buena’. Siempre salimos perdiendo en el juego del patriarcado. Nos toca a nosotras decidir cómo: ¿intentando encajar en un molde que quiere aplastarnos o siendo fieles a nosotras mismas negándonos a seguir jugando?”.

Ante este panorama, Pauline Harmange decidió plantarse y escribir este pequeño ensayo que hoy abordamos y cuyo título sentó como una bomba. El detonante que la empujó a redactarlo fue darse cuenta de que “aun con todo el contenido pedagógico que hay y con una aparente buena voluntad, a los hombres no les interesa en absoluto la lucha feminista”, explica Harmange desde París.

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Quizá el libro habría pasado más desapercibido, si no fuera porque un asesor del Ministerio de Igualdad galo, Ralph Zurmély, pidió que se retirara ya que lo consideraba “una oda a la misandria”. La polémica estaba servida. En Francia, el asunto se convirtió en un debate nacional sobre la censura de género y, como resultado, las ventas del ensayo se dispararon.

“Ese hombre intentó que se retirara mi libro recurriendo a amenazas y a la intimidación, no fue un procedimiento oficial. Se trataba de un farol, nunca fue más allá de las amenazas”, cuenta Harmange. “Su iniciativa es producto de un abuso de poder, una demostración de virilidad”, subraya la autora, que asegura haberse quedado “anonadada ante la audacia que hay que tener para pensar que se tiene derecho a prohibir un libro que ni se ha leído”.

la escritora francesa pauline harmange
Bénédicte Roscot
La escritora francesa Pauline Harmange.

La involuntaria campaña de publicidad del asesor despechado ha sido extraordinaria. Las ventas y la exposición mediática se multiplicaron, pero también las amenazas e insultos. “Fueron difíciles de gestionar”, reconoce Harmange que, sin embargo, lo ha aceptado como un altavoz para su causa: “Estoy encantada de que mis palabras sean escuchadas por tantas mujeres en el mundo entero, y que tengamos una conversación tan interesante sobre el lugar que estamos dispuestas a darle a los hombres en nuestras vidas”.

"La misandria es una forma de defenderse frente a esa misoginia permanente, una forma de protegerse de ella y de sus ataques diarios"

Lo primero que deja claro Harmange es que no se puede poner en el mismo plano misandria y misoginia. “No hay comparación posible entre ambas. La misoginia es la expresión diaria del patriarcado, un entorno donde las mujeres están rodeadas por quien las oprime. La misandria es una forma de defenderse frente a esa misoginia permanente, una forma de protegerse de ella y de sus ataques diarios”, razona.

Como explica, la misandria aparece como respuesta a la misoginia de una sociedad patriarcal en la que, recuerda, “solo en Francia en el año 2019, 160 mujeres fueron asesinadas por sus parejas o ex parejas”. La violencia machista es una verdadera pandemia y Europa no es precisamente la punta de lanza. África es el continente con la mayor tasa de víctimas de violencia de género, seguido por América.

3 de cada 5 mujeres asesinadas en el mundo lo fueron a manos de su pareja, expareja o algún miembro de su familia

Según datos de Naciones Unidas de 2017, tres de cada cinco mujeres asesinadas en el mundo lo fueron a manos de su pareja, expareja o algún miembro de su familia. En total ese año hubo 87.000 feminicidios en el mundo perpetrados por el círculo más íntimo de las mujeres. Esos hombres en los que se debería de poder confiar, pero que se revelan como los peores enemigos. “La misandria no mata, la misoginia sí”, recalca Harmange.

Si lo piensas, ¿cuál es la respuesta correcta cuando cada año se repiten cifras tan altas de violencia contra las mujeres por parte de los hombres? A las mujeres, y en concreto, a las feministas, se les exige que sean casi seres de luz, unicornios que desean el bien y la paz para el mundo, pero sin permiso para enfadarse, ajenas al cabreo monumental. Harmange se pregunta: Nos violan, nos matan, nos cosifican, ¿qué hacemos? Y se responde que ser misándrica no es una mala opción.

También, dentro de el movimiento feminista la ira crece y el termómetro perfecto para medirla son las manifestaciones del 8M o las del Día contra la violencia machista. Los mensajes reivindicativos han crecido en rabia, tanto en España con casos como el de La Manada, donde más se parecía juzgar a la víctima que a los violadores, como en América Latina, donde indigna la impunidad de los feminicidios y la violencia sexual contra las mujeres.

El momentazo épico ocurrió en Chile el Día contra la Violencia de Género de 2019, cuando el colectivo feminista LASTESIS presentó en la calle una asombrosa ‘performance’. Un grupo de mujeres con los ojos vendados recitaban una letanía que manifestaba su descontento contra los gobiernos, los policías o los jueces… La letra responsabilizaba a los hombres de la violencia que viven las mujeres: ‘El violador eres tú’, decían. Se hizo viral y la intervención se repitió por todo el mundo, congregando cada vez a más mujeres.

Sin embargo, aunque ya hay grupos de hombres que trabajan las nuevas masculinidades, falta una reacción clara y concreta para comprometerse a acabar con el sistema patriarcal y la violencia que conlleva. Lo primero que suelen decir muchos varones ante cualquier dato sobre desigualdad o feminicidios es “yo no soy así…”. “Los hombres no quieren ver que forman un grupo social”, apunta Harmange.

La escritora lo compara con la reacción tibia de las personas blancas ante el racismo. “Cuando el mundo está hecho a nuestra medida, es difícil ponerse en el lugar de quienes no tienen tantas facilidades. Pero es absolutamente necesario. Es urgente que los hombres se den cuenta de que son un grupo social (no homogéneo, nadie dice que sean clones) y de que sus comportamientos existen en una continuidad social”, analiza.

Lo que ella propone es generar debate y, también, “colocar la sororidad en el centro de nuestras prioridades. Eso sí, antes de despedirse, Pauline Harmange lanza un mensaje a las posibles misándricas que lean esto: “Quiero decirles que no están solas y que es algo legítimo. Serlo es una forma de protegerse de la misoginia y de sus ataques diarios. El día en que la sociedad sea realmente igualitaria para todas y para todos, las mujeres ya no necesitarán ser misándricas para protegerse, ya que la violencia sexista habrá dejado de existir”.