A sus 27 años, Sarah Sprinz ya ha triunfado con sus novelas en Alemania. Su trilogía juvenil ‘Dunbridge Academy’ se ha convertido en número uno en la famosa lista de ‘Der Spiegel’ y ha vendido más de 400.000 ejemplares. Si devoraste las dos primeras entregas, ‘Anywhere’ y ‘Anyone’, ahora puedes hacer lo propio con la tercera y última de la saga, ‘Anytime’.

Con esta historia llena de amor, intriga y muchos secretos llega el desenlace de la serie del instituto Dunbridge Academy, el internado más exclusivo de Escocia. Olive y Colin son los protagonistas y te engancharán tanto o más que el enganche que tienen entre ellos. Te ponemos en contexto para que te hagas una idea.

La vida de Olive se vuelve patas arriba tras quedar atrapada en un incendio en la escuela. Sufre varias heridas y su larga y lenta recuperación la lleva a repetir curso para ponerse al día, mientras sus amigos y compañeros están en el último curso antes de entrar en la universidad. Colin, en cambio, es el chico nuevo de undécimo. Neoyorquino y con mucho mundo, preferiría estar en cualquier otra parte antes que ahí.

Sin entrar en ‘spoilers’, cuando Olive le conozca descubrirá que tras su pose dura se esconde un chico que la atrae, y mucho. Lo que la inocente Olive desconoce es que ese chico duro y misterioso tiene un secreto que podría cambiarlo todo. Seguro que estás deseando leerla, pero antes de hacerte con ella te damos la oportunidad de ir conociendo a los personajes con este relato erótico escrito por su autora, Sarah Sprinz, en exclusiva para COSMOPOLITAN.

Dunbridge Academy. Anytime: Siempre fuiste tú: 3 (Planeta Internacional)

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Relato erótico: 'Anytime Colive'

Olive & Colin

En principio es una mañana de lunes completamente normal, pero desde el momento en el que Colin ha entrado en el aula, poco después de empezar la clase, no ha parado de lanzarme esas miradas que me vuelven loca. Las noto por todo el cuerpo.

Me cuesta muchísimo concentrarme en las explicaciones del señor Acevedo y en el ejercicio de comprensión oral. Como de costumbre, parece que haya elegido el audio más incomprensible que tenía para poner en evidencia lo patético que es mi nivel de español. Es un diálogo rápido entre voces apagadas, con ruido de tráfico rodado y aéreo de fondo. Aunque, a decir verdad, no habría comprendido nada incluso si se hubiera oído bien, porque la rodilla de Colin no para de rozar la mía por debajo de la mesa y acapara toda mi atención.

Y no para. Ni siquiera cuando por fin termina el ejercicio y llega el momento de que comprobemos las respuestas entre nosotros. Decir que estaba desconcentrada sería quedarse corta: todas y cada una de las células de mi cuerpo están por completo pendientes de la presencia de Colin; es como si se pusieran de acuerdo cada vez que lo tengo cerca.

Desde que me dio ese beso hace unos días todo ha sido un poco diferente entre nosotros. Un poco mejor, un poco más intenso, y cada minuto del día que paso alejada de él me parece tiempo desperdiciado. Incluso me he alegrado de tener dos horas de clase de español. Es que no me reconozco, ¿se puede saber qué me pasa? ¿Tengo fiebre o algo?

Colin me mira de nuevo cuando me toco la frente.

—¿Ya estás caliente, Olive Garden? —me pregunta en tono de burla.

—Creo que estoy enferma —respondo con dramatismo.

Su mirada cambia al momento y sus ojos oscuros revelan cierta preocupación. El corazón me da un vuelco.

—¿No te encuentras bien?

Parece otro cuando me habla así. Cuando la voz se le vuelve más tierna, casi dulce. Cuando me da a entender, sin dejar lugar a dudas, que se preocupa por mí, aunque por lo demás parezca un bloque de hielo.

—Estoy perfectamente —me apresuro a responder, porque por mucho que me guste su reacción preferiría morirme antes que admitirlo frente a él—. Pero todavía me sentiría mejor si pararas de mirarme de ese modo.

—¿Cómo te miro? —replica bajando un poco la cabeza y apoyándola en la palma de la mano, con el codo sobre el pupitre.

—Así —repito imitando su pose—. Como si fueras un cachorrito indefenso, cuando todo el mundo sabe que eres cualquier cosa menos inocente.

—Hay quien dice que incluso soy peligroso —se burla sin apartar los ojos de mí.

—No, peligroso no eres. Pero un pesado, sí.

—Otra cosa que nos une, Olive Garden.

—No nos une nada de nada —le dejo claro.

No tardo ni un segundo en sobresaltarme.

El señor Acevedo se ha plantado frente a nuestro pupitre.

—Olive, Colin, podéis seguir con vuestro jugueteo cuando haya terminado la clase.

Me pongo colorada como un tomate. Sobre todo cuando veo que los demás se vuelven para mirarnos. Colin, en cambio, se reclina en su asiento y cruza los brazos frente al pecho. Es insoportable, y estoy enamorada hasta las trancas de él. Realmente no es una buena combinación, pero ¿qué puedo hacer? Así son las cosas. Lo odio y quiero que esté bien. Me parece insufrible y necesito estar cerca de él. Todo el rato. Me muero de ganas de que termine la clase para que pueda besarme y no quiero tener que ir a Matemáticas mientras él está en Música. Mis plegarias reciben respuesta cuando llega la hora de la pausa.

—Olive, espera un momento —me pide el señor Acevedo mientras el resto de los alumnos se ponen en pie de un brinco y empiezan a salir.

—¿Por qué, señor?

Colin se ríe a mi lado.

—Porque lo digo yo, Olive —responde subiéndose un poco las gafas sin siquiera mirarme.

No tengo la oportunidad de decirle a Colin que me espere frente al aula, porque la multitud ya se ha interpuesto entre nosotros.

—No temas, no es nada malo —me dice el señor Acevedo cuando los últimos alumnos salen por la puerta y me planto frente a su mesa—. Solo quería hablar contigo a solas un segundo, para saber cómo te va.

Dios. No tengo ni tiempo ni valor para una sesión de terapia ahora mismo. En realidad el señor Acevedo demuestra ser amable preocupándose por mí, pero… ¿no podría haber elegido otro momento?

Tengo la impresión de que ha pasado una eternidad cuando por fin me deja salir, después de haberle asegurado una y otra vez que me las arreglo con las clases y que la falta de concentración que he demostrado era una excepción.

El pasillo que hay frente al aula está completamente desierto y noto un nudo en el estómago. ¿Qué esperaba? ¿Que Colin me leyera el pensamiento y se quedara hasta que saliera? Qué ingenua. Y no es que quisiera verlo, al fin y al cabo está a punto de empezar la próxima clase, o sea que es mejor así. De hecho, es fantástico. Me pego el libro de español contra el pecho mientras me pongo en marcha hacia el segundo piso. O al menos eso creo.

El corazón me da un vuelco cuando noto que me agarran por el codo, y vuelvo la cabeza enseguida. Lo identifico por el olor antes incluso de verlo. Colin me dedica una de esas sonrisas arrogantes tan insoportables mientras me empuja contra la pared. Noto el frío del muro de piedra en la espalda a través de la chaqueta del uniforme, y un escalofrío me recorre el cuerpo cuando me mete la mano bajo la blusa mientras me besa. Aunque estamos en un rincón discreto del pasillo, el corazón se me acelera de un modo absolutamente enervante.

—¿Te han castigado, Olive Garden? —murmura Colin frente a mis labios.

—Te habría gustado, ¿verdad? —replico, aunque me decepciona oír que mi voz no suena tan firme como había esperado.

—En absoluto, eso me habría afectado muchísimo.

—Que te den, Fantino —le espeto antes de besarlo de nuevo—. ¿Así que me has esperado aquí?

—Pues sí, te he esperado —confirma, y se me pone la piel de gallina cuando me acaricia los antebrazos—. Para continuar un poco con nuestro jugueteo.

Me acaloro de inmediato.

—Dios, qué vergüenza he pasado.

—Sí, yo también. Pero ahora que tenemos el permiso expreso de nuestro profesor, podemos continuar…

Me habla despacio, con una voz oscura como el terciopelo. Me besa de nuevo y ni siquiera pensando en la clase de Matemáticas o en la fría llovizna que cae fuera consigo apaciguar el calor palpitante que noto entre los muslos. La rodilla que mete entre mis piernas tampoco es que me ayude mucho a controlarme. Me estremezco cuando oigo unos pasos apresurados sobre las losas del pasillo. Poco después pasa por nuestro lado un grupo de alumnos de quinto, aunque por suerte parece que no se han percatado de nuestra presencia.

—Colin —susurro cuando empieza a meter una mano por debajo de mi falda, revelando mi muslo— Aquí no.

—Entonces ¿luego sí? —murmura entre beso y beso—. ¿En mi habitación? Sinclair tiene clase de equitación.

—Menuda coincidencia. Justo cuando nosotros…

El sonido de sorpresa que se le escapa me parece divino. Parpadea a modo de advertencia antes de besarme de nuevo. Con lengua, con todo el cuerpo, presionándome contra la pared. Cierro los ojos y me acerco más a él, buscando su roce y su aroma.

—Olive Garden, eres imposible.

—Y tú un descarado —contraataco.

—Sí, pero soy tu descarado —me corrige—. ¿Después de la hora de estudio en mi cuarto?

No respondo enseguida. Su sonrisa engreída se desvanece poco a poco cuando levanto la mirada hacia él y lo agarro por la barbilla para atraer su rostro hacia mí.

—Será mejor que no me pillen —digo antes de besarlo una vez más, tras lo que me separo de él, me aliso la falda y me doy la vuelta.

—Será mejor que no —me dice a la espalda justo cuando suena el timbre que anuncia el inicio de la siguiente clase.

No me vuelvo de nuevo hacia él, pero sonrío de todos modos, y sigo sonriendo hasta que llego al aula.

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Alejandra R. Matallana

Alejandra Rodríguez Matallana es redactora de actualidad y moda en Cosmopolitan. Conoce la vida de todas las 'celebrities', actrices e ‘influencers’ que están a la última (buscar en redes sociales la noticia es su mantra).
Julia Roberts, Anna Castillo y María Pombo son algunos de los nombres favoritos a los que sigue la pista cada día. Alejandra conoce a la perfección lo nuevo que llega a Zara, todas las novedades de zapatillas (sobre todo Adidas) y es experta en vestir con estilo utilizando ropa y accesorios de segunda mano o tiendas 'vintage'.
Alejandra está en su último año de Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid, y en la universidad ha descubierto otra de sus pasiones: la radio. Participa en el programa radiofónico de entretenimiento ‘Hay Alguien Ahí’, donde colabora como locutora, redactora de guiones, gestión de redes y presentadora. Parece que la radio ha entrado en su vida para quedarse porque además tiene un pódcast (aleristt en Spotify) hablando sobre el mundo del arte. También, colabora con el periódico El Generacional con temas culturales y de actualidad.