Vivimos en una sociedad en la que prima la inmediatez y en la que el descanso se penaliza, emergiendo como consecuencia el estrés, que no sólo afecta a nuestra salud mental, sino también a la forma en la que nos alimentamos. Por ello, el hambre emocional es cada vez más común, pues las emociones y nuestro estado de ánimo influyen en nuestra alimentación.

Para comenzar, es vital diferenciar entre lo que supone comer por tener apetito y tener hambre emocional, que es lo que ocurre a quienes tienen una carencia de estrategias de regulación emocional y encuentran en la comida una fórmula para auto regularse y para suprimir o evitar emociones o determinados estados de ánimo, tal y como explica Laura Jorge, Dietista-Nutricionista, fundadora y directora del centro de nutrición y psicología.

“Para diferenciar el hambre emocional del hambre que todos conocemos, también llamada "hambre real", es necesario tener en cuenta que la emocional suele venir de la mano de emociones desagradables como el cansancio o la falta de alicientes. Por otro lado, apetecen alimentos más específicos que suelen dar mucho placer a nivel mental, porque generan mucha más dopamina y serotonina, como es el caso de los ultra procesados”, asegura. “Una vez entra en juego el alimentación emocional, si no sabe gestionarse, puede conducir a la pérdida de control y producir indigestión, que irá después seguida de una gran culpa”, añade. ​​

Blanca Torrado Marí, Psicóloga del Espacio Psiconutricion, indica que el hambre fisiológica suele aparecer de forma gradual y permite a quien la siente posponer la ingesta, mientras que el hambre emocional suele ser repentina, pues incluso después de estar saciados, sentimos que no podemos controlarlo. “En el hambre fisiológica vamos sintiendo la sensación de saciedad según vamos ingiriendo los alimentos, mientras que en el hambre emocional, podemos estar llenos físicamente, pero no llegamos a sentirnos saciados”, explica a ‘Cosmopolitan’.

Cómo actuar

Pero entonces… ¿qué hacer cuando el hambre emocional toca a tu puerta? Responde Ana Morales, autora de ‘¡Qué buena estoy! Tira las dietas a la basura y vive con salud emocional’. “Primero, haz una pausa y pregúntate qué es lo que realmente necesitas. A veces, un paseo o una llamada a una amiga puede ser el "snack" que tu emoción está buscando. Tratarte con amabilidad y comprensión es clave, porque no se trata de alcanzar la perfección, sino de aprender a escucharte y cuidarte un poco mejor cada día. Y recuerda, está bien buscar satisfacción en la comida de vez en cuando; el truco está en que no se convierta en tu única estrategia de afrontamiento”, indica.

No hemos de demonizar la comida

Es importante tener en cuenta que aunque muchas personas se refugian en la comida para paliar ciertas emociones, es vital recordar que no hemos de demonizar la comida ni esos platos menos saludables que cuando no son ingeridos como un escudo emocional, no han de ser juzgados por norma. También es fundamental evitar las restricciones, y aunque mantener lejos de nuestra vista esos alimentos puede ser una estrategia práctica para no caer en la tentación, este enfoque tiene un revés negativo.

"La mente es experta en hacernos desear lo que nos decimos que no podemos tener”

“Para algunas personas, saber que se están restringiendo puede generar justo el efecto contrario: una especie de ansiedad o un deseo aún más grande por esos alimentos. Esta ansiedad puede aparecer porque, en el fondo, lo que estamos haciendo es darle aún más poder a esos alimentos, convirtiéndolos en algo prohibido y, por tanto, muchísimo más apetecible. La mente es experta en hacernos desear lo que nos decimos que no podemos tener”, advierten Ana Morales, psicóloga especializada en alimentación emocional y aceptación corporal.

La clave radica en encontrar el equilibrio y en no prohibir totalmente esos alimentos, sino aprender a tener una relación más saludable con ellos. “Esto significa permitirte disfrutar de vez en cuando, sin culpas, pero también sin que se conviertan en tu única fuente de consuelo o placer. Una buena estrategia es tener en casa opciones más saludables que también disfrutes. Así, cuando te asalte el antojo, tienes alternativas que te satisfacen sin necesidad de recurrir a esos alimentos que prefieres consumir con menos frecuencia. Además, trabajar en entender y manejar las emociones que te llevan a buscar consuelo en la comida puede ser tremendamente útil para reducir la ansiedad y la dependencia de ciertos alimentos”, explica. Por ello, es esencial que la meta, lejos de ser la restricción, sea aprender a escucharnos y cuidarnos, permitiéndonos disfrutar de todo con moderación.

“La alimentación consciente es la mejor estrategia para trabajar el hambre emocional"

Como hemos señalado, quienes responden a los impulsos del hambre emocional tienden a comer a deshoras, apostando por alimentos que pueden generar malestar y sentimientos de culpabilidad que podrían desembocar en restringir o compensar, entrando así en un círculo vicioso. Para evitar este tipo de hábito, la alimentación consciente puede ser una gran ayuda. “Sin duda es la mejor estrategia para trabajar el hambre emocional, puesto que nuestro cerebro debe sentirse saciado, como nuestro estómago. Si no nos permitimos comer con los cinco sentidos, hay mayor probabilidad de que nuestra mente nos pida comer en otro momento, pues no se siente saciada. Es una alimentación muy sencilla de llevar a cabo: hay que evitar cualquier tipo de distracción, darse tiempo para respirar en la ingesta, dejar descansar los cubiertos, tener los cinco sentidos puestos en la ingesta…”, indica Laura Jorge, dietista-nutricionista y fundadora del centro de nutrición Laura Jorge.

Morales añade que la alimentación consciente también nos puede ayudar a identificar y manejar mejor las veces que comemos por emociones como el aburrimiento, el estrés o la tristeza. “Al ser más conscientes, podemos preguntarnos si realmente tenemos hambre o si estamos tratando de llenar otro tipo de vacío. Esto no significa que comer por emociones sea malo ‘per se’, pero si lo hacemos menos a menudo y de manera más consciente, podemos cuidar mejor de nuestra salud emocional y física”, asegura.

Las causas del hambre emocional

Hemos de tener en cuenta que la cultura pop y el cine han hecho un flaco favor al hambre emocional, pues una de las escenas más míticas de Bridget Jones es aquella en la que la protagonista, deprimida y sola en su casa, devora una tarrina de helado presa de una evidente necesidad emocional. Aunque por descontado no hay que activar las alarmas si sacamos una bolsa de patatas fritas en algún momento delicado que otro, lo preocupante es cuando apostar por este tipo de alimentos, que aportan placer y activan el circuito de recompensa, se convierte en algo habitual.

"Lejos de enfrentarnos a lo que sentimos, encontramos en la comida un parche temporal"

Al final, no sólo tendremos trastornos emocionales, sino que por descontado, la pena seguirá presente. De esta manera, ni se logra disfrutar de la comida, ni eliminamos el dolor emocional. Sin embargo, como desde la infancia asociamos la comida con el consuelo, con el tiempo convertimos esas asociaciones en nuestra respuesta automática a ciertas emociones, por lo que lejos de enfrentarnos a lo que sentimos, encontramos en la comida un parche temporal.

“Cuando tenemos dificultad para encontrar recursos saludables a la hora de regularnos emocionalmente, hallamos en la comida un alivio inmediato a sensaciones desagradables que no sabemos manejar de otra forma”, advierte ​​Blanca Torrado Mar. Laura Jorge explica que normalmente, el hambre emocional suele ser un síntoma de dietas restrictivas, de insatisfacción corporal o del deseo de evitar emociones desagradables como el cansancio o la falta de alicientes en la vida. "También puede responder a la escasez de habilidades de gestión emocional, a la falta de tiempo y al estrés a lo largo del día, a la costumbre de saltarse comidas y de prohibirse alimentos, a mantener una alimentación desequilibrada con falta de nutrientes... ", asegura.

“Es como si usaras la comida como un pañuelo emocional"

Es como si usaras la comida como un pañuelo emocional: en lugar de secar tus lágrimas o calmarte tras un día estresante con soluciones más duraderas, te lanzas a por algo dulce o salado esperando sentir alivio”, aclara para finalizar Ana Morales.

Sí, tomar un helado debajo de la manta mientras vemos ‘Love is blind’ se antoja como un planazo para sobrellevar un mal día, pero tenemos que evitar hacer de la nevera una tirita que lejos de ayudarnos a mejorar nuestro estado anímico, puede conducir a la culpa, a la frustración y a una auténtica indigestión emocional.