La mutilación genital femenina (MGF) consiste en la extirpación total o parcial de los genitales externos femeninos, por motivos no médicos. Aún a día de hoy, tristemente, es una práctica que continúa estando muy arraigada, y no sólo en África, sino también en muchas partes de Oriente Medio y Asia (conoce aquí más datos sobre la mutilación genital femenina y cómo ayudar a erradicarla). Con el objetivo de dar visibilidad a esta práctica, Fama (36, Senegal) ha querido contar su historia en COSMOPOLITAN.

"Me llamo Fama, tengo 36 años, trabajo en el sector de la limpieza y vengo del sur de Senegal. Me casé por primera vez muy joven, con un hombre que no me trató bien y del que me divorcié. Tengo una hija de 12 años que es toda mi vida y, recientemente, me he vuelto a casar con un hombre que me respeta y me ama. Pero para contar mi historia, tenemos que remontarnos a cuando yo tenía 5 años.

Eran los años 90. Un día me desperté y había mucha gente en casa: mis tías, vecinas, ancianas del pueblo… Mi madre estaba rara, y yo sabía que algo extraño estaba a punto de pasar. Las mujeres mayores nos llevaron a casa de una de ellas y colocaron unas sábanas en el suelo, en el patio de atrás. Todo estaba preparado: había barreños con agua, cuencos de calabaza con medicina tradicional… Primero, fue una de mis primas, la segunda, mi hermana y la tercera, yo. Cuando se llevaron a mi hermana, oí cómo gritaba y tuve mucho miedo. Salí corriendo, pero me cogieron y me devolvieron. Yo chillaba y pataleaba, pero había cinco mujeres mayores que me cogieron con fuerza. Me taparon la boca para que dejara de gritar, me agarraron las piernas, me las separaron y vi cómo aquella mujer me lo hacía (le cogí mucho miedo a aquella mujer. Hasta que no se murió de vieja, en casa, siempre que me portaba mal, me amenazaban con ella).

Después de hacérmelo, me pusieron agua caliente, unas hierbas y medicinas tradicionales, nos metieron a todas en una habitación a oscuras y, como dicta la tradición, dormimos en el suelo, sobre unas telas. Mi hermana lloraba mucho, le dolía. A mí también me dolía mucho, mucho, pero tenía miedo porque, para asustarnos, nos decían que, si llorábamos, nos lo volverían a hacer. No nos dejaban que nos tocáramos la herida y nos vigilaban durante todo el día. Cada mañana nos hacían las curas con el agua caliente y las hierbas, pero aquello seguía doliendo intensamente y, en lugar de salir de esa habitación al cabo de una semana, como era 'lo normal', salimos después de dos, porque mi hermana sangraba y no se curaba.

Un mes después, hicieron una gran fiesta. Hubo bailes, tambores, regalos, nos compraron ropa nueva, nos hicieron peinados, los invitados nos iban dando dinero porque 'ya éramos mujeres'... Pero más tarde, ya no se habló del tema, nunca más. Ibas a las fiestas de niñas más pequeñas a las que se lo hacían, y era algo normal, no lo veías mal. Es al crecer cuando te das cuenta de lo que realmente te hacen.

Es al crecer cuando te das cuenta de lo que realmente te hacen

Con el tiempo, entendí que lo que debía hacer era hablar sobre el tema, porque ninguna niña debería pasar por ello. Lo hablé con mi madre y con mi padre. Me contaron que ellos no querían que nos lo hicieran, pero la comunidad lo ve como algo obligatorio y tus padres no se pueden negar. Eso es lo triste, la fuerza que puede tener una tradición tan mala. Ahora en Senegal está prohibido, pero en el sur, de donde yo soy, se sigue haciendo y para no explicar nada a las niñas, ahora lo hacen cuando tienen meses de vida.

Aún así, poco a poco, las mujeres van tomando conciencia. Ahora, mi madre y mi tía son activistas en contra de la mutilación. Van por los pueblos explicando por qué no debe hacerse y, aunque en muchos pueblos no las dejan hablar y las echan, en otros, escuchan. Yo también las he acompañado.

La comunidad lo ve como algo obligatorio y tus padres no se pueden negar

En mi caso, hace poco, decidí reconstruirme los genitales. Tenía una amiga que estaba colaborando con la Fundación Dr. Iván Mañero y me habló del proyecto que tenían: reconstruían los genitales a mujeres que habían sufrido la mutilación genital femenina, de manera gratuita. Me interesó enseguida. No sé exactamente por qué, pero supe que debía pedir una visita. Primero, fui a hablar con Ruth Mañero, la directora. Ella me escuchó, dejó que le explicara cómo me sentía y toda mi historia. Me preguntó por mi salud y allí supe que los dolores que sufría, las infecciones recurrentes, los problemas al orinar…, todo venía de la mutilación que me hicieron. Y pensé en mis hermanas, en mis sobrinas, en todas las niñas que seguían sufriendo.

Después, tuve una consulta con el doctor Iván Mañero. Pensé que iba a pasar mucha vergüenza, pero no fue así. Fue muy delicado y comprensivo, me revisó y me explicó cómo iba a ir toda la cirugía, cómo me sentiría después y cómo me recuperaría.

Hace dos años que me operé y no he vuelto a tener aquellos dolores, ni he sufrido ninguna infección más. Además, nunca pensé en la reconstrucción como algo que pudiera devolverme mi sexualidad, pero la cirugía me ha ofrecido también la posibilidad de disfrutar de mi cuerpo y es algo muy bonito que nadie debería arrebatarnos.

Ojalá los hombres y mujeres que ven necesaria esta práctica se den cuenta de lo terrible que es, del trauma que provoca, del dolor físico y emocional que te deja para toda la vida, de las consecuencias para tu salud. Deseo que las niñas vivan sin mutilación, como ha podido vivir mi hija, y que disfruten de su salud y de su cuerpo como se merecen.

Ser superviviente de la mutilación genital femenina es algo que me hace sentir fuerte. Ahora ya no vivo con miedo. He crecido como persona, he ganado seguridad en mí misma y he tomado conciencia de que lo que me hicieron, junto a mi hermana y a mis primas, es algo terrible. Debemos encontrar la fuerza para decir: 'Basta, este es nuestro cuerpo, nadie tiene derecho a mutilarlo'".