Hace unos días, uno de mis mejores amigos me dijo que si podía hacerme una pregunta muy personal. También dijo que le había dado bastantes vueltas –se le notaba nervioso, él que es pura risa–, antes de decidirse a preguntármelo. Le dije que disparara. Con mis mejores amigos, no soy de guardarme cosas, tienen acceso directo a prácticamente toda mi vida. "¿Cómo te sientes al hablar de tu cáncer de mama?", me soltó inesperadamente, y enseguida prosiguió hablando: "no sé, cuando tienes que hablar sobre lo que te pasó, o del libro que escribiste sobre ello, o se lo vas a contar a alguien que has conocido… ¿Te hace daño, te sientes mal luego? ¿No es muy duro tener que recordarlo?". Mi amigo no me hizo una, sino varias preguntas. Con esta carta abierta, le contesto a él y a todas las personas que se preguntan cómo es hablar de tu cáncer, ese que tuviste y que, de algún modo, cambió tu vida.

Le respondí que no, que no me hacía daño. Al contrario, siento como un privilegio poder hablar de ello. En realidad –guiño-guiño a todas las personas que han tenido un cáncer–, siento un enorme privilegio por estar viva. Luego os comento eso, que tiene tela. Por ahora, os hago un breve resumen de cómo fue mi camino.

Hace hace cuatro años, en octubre de 2019, me dijeron que tenía cáncer de mama. Yo tuve la suerte de tener un diagnóstico precoz, y con el cáncer el tiempo es oro puro. Pero me gustaría subrayar que cada caso es diferente. Como las personas, los cánceres son únicos. Gracias a los avances en investigación, los tratamientos cada vez están más personalizados. Por esas diferencias, de contexto, de escenario, cada persona hace su proceso oncológico como quiere. Pero, sobre todo y tenedlo muy en cuenta, como puede. Eso sí, todas compartimos algo, el perturbador terror que sientes cuando escuchas por primera vez la palabra cáncer referida a ti.

"Ey, tienes cáncer"

Siempre recordaré cómo se oscureció la habitación de una consulta en el hospital Montecelo de Pontevedra cuando escuché mi diagnóstico. Oía como diluida la voz de aquella amable cirujana de mama explicando que mi biopsia era positiva, que tenía un carcinoma en la mama izquierda. Justo donde está el corazón. El mío se encogió en aquel momento. Mi novio –ahora ex–, me agarró la mano y no me la soltó. Al salir bautizamos a mi carcinoma como ‘guisante cabrón’ y pusimos Te hiero mucho, la canción de Love of Lesbian que cuenta la historia del amante guisante. Nos abrazamos muertos de miedo, pero también nos reímos. Te vuelves un poco 'loquer' con todo el tema, al menos yo. Luego llamé a mi hermana Gema, que es cuatro años menor que yo y mi tesoro, y lloré con ella.

Cuando lo cuento así, podría parecer que fue aquel día cuando comenzó mi proceso oncológico, pero no es así. En realidad, empezó dos años antes, cuando a ella le detectaron cáncer de mama. En su caso, le hicieron una mastectomía completa. Varias operaciones, luego la reconstrucción, quimio y radioterapia… Un camino largo y muy duro. Aquello fue una especie de trauma, era nuestro primer cáncer en la familia.

Yo me pegué a ella, la acompañaba a todo lo que podía. En mis curros de periodista 'freelance', COSMOPOLITAN incluido, sabían que los jueves yo no estaba para nadie. Era el día que le ponían la quimio. No lo hice todo bien. Le decía que no llorara, que todo iba a ir bien, cuando normalmente lo que necesitan es que les abraces y les dejes llorar.

Aprendí mucho de mi hermana, nunca le agradeceré lo suficiente que me permitiera estar a su lado. Por eso comprendo muy bien a las personas que tienen a algún familiar o amigo con cáncer. Hay mucho que aprender. En la Asociación Española de Cáncer de Mama Metastásico (AECMM) me contaron que muchas personas con cáncer se esconden de sus familiares para llorar. Es cierto, lo hacemos porque queremos ser esas superheroínas o superhéroes que superan el cáncer sin despeinarse. A mí me pasó. Aparentemente lo llevaba muy bien, pero a veces me refugiaba en el baño, encerrada con llave, para llorar.

"No os preocupéis"

En mi caso, se me daba superbién contarlo de modo que la gente no se preocupara, o al menos no demasiado. Desarrollé una primera estrategia, muy efectiva. Decía a quien le iba a dar la noticia: "Tengo que contarte algo, pero que sepas que estoy bien (¿a quién iba a engañar?). Tengo cáncer". No dejaba pasar ni unas décimas de segundo y, con esta voz de dibujo animado que tengo, continuaba muy animada diciendo: "Pero no te preocupes porque me han dicho que es el mejor escenario posible, lo han pillado muy a tiempo, es muy pequeño, 'guisante cabrón', etc., etc.".

Y cada dos o tres frases, repetía que yo estaba bien. Así seguía un rato hasta que sentía que la persona a quien se lo estaba contando se relajaba un poco y me empezaba a preguntar. Hubo con quienes no me funcionó. En ese caso, usaba mi segunda estrategia: abrazaba a la persona que lloraba, hasta que se calmara. Y luego volvía a repetir la primera estrategia.

La segunda vez era éxito garantizado. La realidad era que tenía miedo, mucho. Pero esa es sólo una parte de mí misma. La otra estaba ocupada por mi fortaleza mental. La usé un montón y me ayudó muchísimo mi carácter, siempre animoso. Eso sí, os confieso que al mirar hacía atrás, me doy cuenta de que igual me hubiera venido bien soltar más lágrimas, gritar... algo. Yo sonreía.

Mi periplo canceroso se desarrolló en varias partes. Pedí que retrasaran una semana la operación, para poder acompañar a mi hermana en una de sus operaciones de reconstrucción. Luego fui a dar una ponencia para UNICEF sobre la infancia y los medios de comunicación, se lo conté a varias amigas allí y regresé para que me quitaran el 'guisante cabrón'.

Mi hermana no pudo estar, obvio, estaba recuperándose de la suya, pero mi madre y mi hermano mayor vinieron desde Málaga a darme su apoyo. También mi pareja de entonces y su familia. Amigos y amigas. Mi WhatsApp echaba humo. Me sentí muy arropada. La operación, una cirugía conservadora de la que conservo una cicatriz desde el pezón hasta la axila y un pezón –el operado– más grande que el otro, salió perfecta y me dijeron que no me tendría que dar quimio, ‘sólo’ radio.

Mi teta Frankenstein

Me gustaría compartir un momento bastante íntimo. Cuando me quedé sola ya al fin tras la operación por primera vez, me quité los vendajes para ver bien mi teta Frankenstein. Me recuerdo allí, mirándola con tristeza y cariño. Pero sobre todo, con admiración. Esa teta superviviente. Me veía a mí misma en ella, con los puntos alrededor del pezón, aún dolorida pero fuerte. Le hice fotos. Durante un rato, las estuve editando para subirlas a redes. No suelo poder fotos mías en plan 'sexy', alguna bailando dándolo todo, pero me apetecía mostrarla en público.

Que otras mujeres pudieran ver cómo es una teta operada tras una cirugía conservadora. Pero me di cuenta de que no podía, porque el pecho femenino, y en concreto el pezón de una mama de mujer, es poco menos que el demonio. Debe de ser que nuestros pechos, aparte de amamantar a la humanidad, que diría Rigoberta, incitan al delito o algo.

El caso es que estamos censuradas en las redes sociales. Sexualizan nuestras tetas hasta ese extremo. La basura está en sus mentes, no en nuestros pechos. Somos todos mamíferos y deberíamos de tener los mismos derechos. A ver, que haga algo el Tribunal Constitucional, porque no encuentro la igualdad en censurar los pezones femeninos y dejar los masculinos campar a su aire. Y está pasando, señores. La campaña ‘No es contenido sexual, es cáncer’, pide que se acabe con ello. Pero, si lo piensas, en realidad tendríamos que poder mostrar nuestros pezones con libertad en TODOS los casos, no sólo en los oncológicos.

Por cierto, este verano he estado haciendo 'top less' con mi tetilla Frankenstein en la playa. Sentía que debía mostrarla al mundo, para que sepa lo orgullosa que estoy de ella. Y ahí está, morenita y encantada.

Tras la operación, comenzó mi tratamiento oncológico, en mi caso, las sesiones de radio. Xosé y Regina eran mis mejores amigos de radioterapia. compartíamos risas, miedos y largas charlas. Cuatro años después, ella ha muerto de metástasis. Él sigue apareciendo con frecuencia en mi WhatsApp, aunque vivamos separados por mil kilómetros. Otro de mis recuerdos es el Tamoxifeno, la medicina que tomo cada día porque mi cáncer era hormonodependiente, el más común. Las estadísticas muestran cómo la curva de mortalidad se transformó a nuestro favor desde que comenzaron esos tratamientos.

La Asociación Española Contra el Cáncer (AECC), que hace un trabajo estupendo para los pacientes y sus familiares, señala que ya se curan casi 9 de cada 10 mujeres con cáncer de mama. La medicación que tomo me salva la vida, literal. Pero luego llegan los efectos secundarios. Me provocó una menopausia que llegó arrasando: el cansancio, se te va la fuerza, duelen las articulaciones… Como soy muy cabezota, he conseguido recuperar casi todo. Conseguí quitarme los sofocos con acupuntura. Hago yoga y pilates al menos cinco veces por semana, y una semana al año hago ayuno. Me siento bien en mi vida y en mi cuerpo. Con mucho trabajo, eh. Pero aquí estoy.

Un libro sobre mi vida, flipa

Luego escribí con la directora de documentales, Mabel Lozano, un libro sobre nuestra experiencia oncológica –a ella se lo detectaron justo después de que yo terminara mi tratamiento–. El libro se llama 'Te invito a un mojito'. Me costó ponerme a escribirlo, recordar todo el proceso, contar cosas muy personales... Además, flipaba, ¿a quién le iba a interesar mi vida?

Se me hizo tanta bola que hasta me salió un flemón en una muela. ¡Dolía! Pero cuando me puse, fue una gran terapia. Además, me quedó claro que interesaba mi testimonio, y el de todas. Después de publicarlo he podido hablar mucho sobre el cáncer, con pacientes, familiares y gente cercana a alguien con cáncer.

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Las presentaciones sobre nuestro 'Mojito' se convierten en catarsis colectivas. Me encanta compartir lo que me pasó, pero lo que más me gusta es escuchar a las personas. Algunas cuentan cosas muy personales. Una chica me explicó que su madre no le dijo que tenía cáncer hasta terminar el proceso y que estaba resentida con ella. Le dije que por supuesto la entendía, pero que quizá su madre sólo quería protegerla, por amor. Se echó a llorar. Luego me dijo que se le había quitado un lastre. Por estas razones, no dejo de hablar sobre el cáncer. Estamos muy necesitados de contar lo que sentimos, tanto los que lo pasamos como la gente que está alrededor nuestro, que también lo pasa muy chungo.

Por eso, nuestro libro es muy práctico, sin tabúes. Hablamos de sexo o de qué sujetador es el mejor –y más barato– para llevar tras la operación. De los efectos secundarios que provoca el cáncer y sus tratamientos. Todo lo que pudiera servir a otras. Cada una escribió sus capítulos, con su propia historia, como si habláramos a una amiga. Con todo el sentido del humor posible, a veces muy negro, pero siempre tratando de poner luz a las zonas oscuras.

El cáncer es una mierda y realmente oscurece tu mundo. Con sacar alguna sonrisa y ayudar un poco, nos conformábamos. Parece que lo hemos conseguido. Me siguen llegando mensajes por redes sociales de mujeres que acaban de comprárselo. Me consta que en algunos hospitales hay enfermeras y médicas que lo recomiendan. Algunas mujeres me escriben antes de la operación, con el 'Mojito' recién empezado.

Un chico me contó que se lo leía su novia mientras a ella le ponían la quimio; yo les leía con lágrimas en los ojos al ver tanto amor. En general, nos ponemos a hablar, hacen preguntas, me cuentan sus experiencias. Me dan las gracias, pero en realidad, soy yo quien se siente afortunada de poderlas escuchar y compartir un rato de vida. Paradojas, yo, que no creo en nada, siempre les envío mi amor y mi energía más 'pro'. Desde aquí, un beso.

Oye, mira hacia arriba

Aunque ya no pienso apenas en el puto cáncer, sí leo lo que sale publicado. Se sigue avanzando, que no pare la investigación –no hay que olvidar a nuestras hermanas con cáncer de mama metastásico, que hasta ahora no tiene cura–. Ni a las personas con otros tipos de cáncer. La salud pública y la investigación son nuestros tesoros. Cuando escuchas la palabra cáncer, miras a la muerte, al hoyo infinito, a los ojos. Luego, si todo va bien, recuperas tu vida. Aunque ya no es exactamente la misma. Yo no soy exactamente la misma. Ha habido cosas duras y feas en mi camino, pero también he aprendido otras y he mejorado en algunas, como en cuidarme y disfrutar de cada regalo de vida.

Esta semana empiezan mis pruebas, se viene 'oncoITV'... Eso me recuerda –como si hiciera falta– que, como os decía al comienzo, siento un enorme privilegio por estar viva. El clic que se produjo en mi cabeza con el cáncer de mama me permite percibir mejor la belleza en casi todo. A veces me pongo a cantar la de "oye, mira hacia arriba, disfruta las cosas buenas que tiene la vida"... Se me pegó la pasada feria de Málaga, donde me lo pasé bomba con mi gente, muchas risas, mucho baile y mucho tonteo del bueno. Porque me he mudado a mi Málaga querida, al paraíso. Muchas tardes suelo bajar a la playa, a nadar un rato. Luego, mientras me seco, miro al cielo, el mar y me siento feliz. Ojalá vierais lo bonito que es el mundo desde mis ojos.