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Mentiría si dijera que este reto ha sido sencillo. Y reconozco que cuando propuse este desafío no había visualizado bien a lo que me enfrentaba. Pero la cifra de Recytrans acerca de nuestro consumo de plástico me había dejado el cerebro del revés: 115 kilos por persona y año, o sea, más de 300 gramos al día. Si lo multiplicamos por los habitantes de España, por ejemplo, para no dar cifras estratosféricas que nos hagan perder el sentido de la realidad, solo aquí, cada día, se consumen 14 millones de kilos de plástico. Cada día. Sin saltarnos uno.

Datos y cifras son cada vez más rocambolescos: estudios científicos han encontrado, como ya es de dominio público, microplásticos en los peces que viven en las fosas marinas más profundas, pero también en la sal de mesa e incluso en placentas humanas. Por eso resultaba tan seductor hacer este experimento, para saber, de verdad, y cada día, qué supondría desterrar el plástico de nuestra vida, y comprobar a cuántos años luz estamos de encontrar una alternativa.

No tengo dedos en las manos para contar la cantidad de comercios de alimentación (de los demás sectores he conseguido zafarme) que he visitado durante un mes explicando la razón por la que no podía pesar la fruta ni la verdura, el mantra de la alimentación saludable, sin meterla en una bolsa de plástico para luego depositarla en la de tela que me traía de casa.

Tendríais que ver la cara de los empleados cuando les pedía que me acompañaran a pesar la mercancía para dejarles compuestos y con el adhesivo en la mano tratando de memorizar el precio para llevarlo hasta la caja. Eso, los más enrollados, los demás, ni pensarlo. Tengo que decir que he terminado el reto con complejo de loca peligrosa después de ver el bisbiseo del personal con codazo de alerta al verme aparecer por la puerta para comprar mandarinas. Gracias a todos los que me lo pusieron fácil. Y a los que no pudieron, también.

30 días sin plástico
Brent Durand//Getty Images

Hasta ahí, todo bien si no fuera porque tengo la costumbre de tomar yogur, leche vegetal, cápsulas de café, pan de molde... Me río yo de las dietas... porque alimentarme “plastic-free” ha sido un verdadero drama. Y aunque es cierto que la mayoría de los establecimientos se han ido poniendo de acuerdo para sustituir el plástico por papel (Zara fue una de las pioneras cuando hace dos años sustituyó las suyas por otras de papel reciclado), tengo la sensación de que es un parche, y he tenido ganas de escribir a todas esas empresas de galletas que recuerdo ya desde hace mucho tiempo utilizando un 20% más del embalaje necesario, solo para hacernos creer que la caja lleva 20 piezas en lugar de 15. ¡Please!

Yo no sé cómo lo hacíamos hace años, ni me acuerdo, pero sí me viene a la memoria la bolsa de red y de tela (nuestras ‘hipsters’ más precoces) con que las madres iban a hacer la compra, cuando recibir una bolsa de plástico en el súper con el logotipo impreso era lo más ‘cool’ del mundo. Porque llevar tu propia bolsa era sinónimo de cutre... snif.

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Lo de la carnicería y pescadería ha sido toda una experiencia-poema. "¿No me podría envolver la dorada , por favor, en un papel sin el film de plástico?". "No, guapa, este papel el especial para que no gotee el pescado y traspase al resto de la compra". "¿Y si le pido que lo quite? Es que estoy preparando un repor...". Cara de fastidio, de incredulidad, y luego de diversión. Menos mal que ya me conocen en el barrio. Pero aún así, no tenéis idea de lo que pesa el carro de la compra cuando sustituyes el plástico por cristal, además de dejarme medio sueldo del mes en quiromasaje y fisioterapia.

Os habréis hecho ya la misma pregunta a las dos horas de comenzar el reto: ¿y la cosmética? Exacto. 30 días sin hidratante. Y ni tan mal, pero ahora es mi cara la que parece de plástico. ¿O era cartón? Entonces al contenedor azul.

Solo te das cuenta de lo instaurado (a fuego) que está el plástico en nuestras vidas hasta que te enfrentas a un reto así. Confieso que me he tirado mucho tiempo, mucho, cada día, pensando cómo comprar y alimentarme. Imagináos, ni latas, ni ‘tuppers’ para guardar el sobrante de la cena, porque tampoco valía ponerlo en un plato protegido con film por encima, así que no me quedó otra que acabármelo todo en cada sentada. Adiós agua embotellada, aceite o yogures que no sean en botella de cristal, pero tampoco tapones de metal. Y me pregunto cómo hemos vivido tanto tiempo sin pensar en ello hasta nuestra más o menos reciente conciencia ecológica. ¿Es demasiado tarde? Para desterrarlo del todo, es muy probable, pero este reto me ha servido para saber dónde sí lo podemos eliminar. Lo importante es tomar conciencia y hacer una miniauditoría de tu día a día y tu relación con él para saber cuánto y cómo lo puedes hacer posible.