¿De verdad estás dispuesta a volver a los orígenes en lo que a la comida se refiere? Piénsalo bien, tendrás que decir adiós al cafecito con cruasán del desayuno, a ese plato de espaguetis carbonara, a los pinchos y las cañitas y hasta al estofado de chuparse los dedos que prepara tu madre los domingos. En resumen, adiós exquisiteces, hola platos espartanos. De hecho, la paleodieta busca aproximarse lo más posible a la alimentación que tenían nuestros antepasados del periodo preagrícola. ¡Casi nada!

Practicarla –en apariencia– es sencillo. Solo tienes que llenar la nevera con los productos que nos ofrece la naturaleza en su versión más virgen –¡y cara!–: frutas y verduras frescas y de temporada, carnes (sobre todo de caza y a ser posible de ganadería ecológica), pescado que no proceda de piscifactoría, frutos secos, semillas y raíces. Vamos, todo lo que los hombres de la prehistoria cazaban o recolectaban. Y deberás hacerle la cruz a la leche y los derivados lácteos, las legumbres, los cereales, los embutidos, el pan, el alcohol, los azúcares y las harinas refinadas.

¿Sus beneficios? El más inmediato, que se acabó eso de llegar a casa después del trabajo y ponerte a preparar el menú para llevar en el tupper al día siguiente. Sí, porque una de las ventajas de la gastronomía de los cavernícolas es que ahorra tiempo, ya que se impone la cocina básica: mínima cocción y fuera salsas. Y como los alimentos procesados y precocinados están proscritos, tu figura notará el cambio… para bien.

Otra buena noticia (o mala, según se mire) es que no tienes que seguir un plan de determinados días e ir introduciendo nuevos alimentos progresivamente. ¡Esto es igual siempre! Por poner un símil, sería como el veganismo: un estilo de vida que puedes perpetuar o dejar cuando te venga en gana. Prueba y si te gusta, continúa hasta que te canses.

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En el lado de los contras, que también los tiene, está su elevado coste económico y que resulta muy restrictiva. No solo te obliga a prescindir de todos los bocados delic que te imagines, sino que además exige hacer pocas comidas al día pero muy copiosas, seguidas de 10/12 horas de ayuno, con el objetivo de que el cuerpo agote todas las reservas energéticas de glucógeno y empiece a atacar a las grasas.

Además, puede plantear ciertas carencias, aunque sobre esto hay opiniones encontradas. La doctora Paloma Gil, especialista en endocrinología y nutrición, apunta que es pobre en hidratos de carbono complejos: “Por esta razón, los deportistas verán afectado su rendimiento con la exclusión de este grupo de alimentos. Aun así, los defensores de la dieta paleolítica afirman que con un adecuado equilibrio dietético esto no tiene por qué ocurrir”.

Lo importante (y más difícil) es combinar bien lo que comes para que no te falten los nutrientes necesarios. “No tiene por qué producir algún daño o déficit si está bien planteada y controlada. La persona que la siga debe intentar limitar el consumo de carne y favorecer el de alimentos ricos en calcio y o vitamina D, como el pescado azul, el brócoli, las semillas de lino…”, puntualiza la especialista.

Por otra parte, es hiperprotéica, pero la doctora Gil aporta una solución a este desequilibrio: “Para contrarrestar el alto consumo de proteínas de alto valor biológico, no te pases con estas cantidades y añade siempre en el plato una buena ración de verduras”.

Ahora, sabiendo lo que es, ¿te pasas a la gastronomía de la prehistoria o ya has quedado para cenar con tus amigas en un mexicano?