Esta reflexión sobre el pasado y el presente, en relación a las autolesiones, viene de la mano de Rocío Ortells-Martín, 'brand manager' y experta en moda, que cuenta su trayectoria, algunos episodios y una conclusión relacionada sobre lo importante que es tener claro que las emociones van y vienen, así como lo difícil (pero no imposible) que es buscar las herramientas mentales para conseguir equilibrio y salud mental.

Durante mi infancia, a raíz de la separación de mis padres, siempre me sentí entre dos mundos opuestos, donde me costó encontrar e identificar mi lugar. Mi madre era especialista en acupuntura, profesora de plantas medicinales y 'qigon', entre otras disciplinas que hace 30 años no estaban tan de moda como ahora. Mi padre era emprendedor y estuvo ausente la mayoría del tiempo (y fue mi abuela paterna la que se esforzó durante años en enseñarme a "comportarme en sociedad"). Si a ese entorno le añadimos un músico de jazz como padrastro, con pelo blanco y largo, casi tanto como su barba, y el hecho de vivir en un pueblo de Valencia, el resultado es una niña de 7 años confusa, cuya normalidad diaria era vista como 'errónea' por los habitantes del pueblo. Los comentarios y las etiquetas se extendieron a todos los ámbitos de nuestra vida.

Supongo que mi historia empezó con la búsqueda de mi propia identidad y las consecuencias de sentir que no encajaba en ninguna de las casillas que tenía a mi alrededor, y exigirme a mí misma expectativas para complacer a todo el mundo.

Recuerdo que, hace unos veinte años (tengo 33), de repente, me vi en un lugar oscuro y confuso. Sin ser consciente, impulsada por ese deseo de complacer (ser la mejor hija, amiga, vecina...), me guardé cada emoción que reflejase debilidad o imperfección.

Desde la tristeza (mezclada con rabia por la separación de mis padres) a la impotencia (tintada de culpa por un abuso sexual cuando tenía tan sólo 7 años), yo era una montaña rusa de emociones, y encontré la manera de "controlarlas" a través de la comida. Me diagnosticaron anorexia nerviosa con 13 años. Y con el tiempo, esas emociones que había tenido dormidas fueron saliendo a la superficie a través del vehículo conductor de las autolestiones. Todavía recuerdo las palabras de mi psicóloga Anna, a la que le debo en gran parte estar viva hoy: "Tu obsesión por ser perfecta se ha convertido en tu peor enemiga".

A los 16, un doctor en Valencia me dijo, cuando mis padres decidieron trasladarme al Instituto de Trastornos de la conducta Alimenticia (ITA), que iba a ser anoréxica crónica. Primero: ni lo fui ni lo seré, tuve anorexia. Sin embargo, con esa simple frase, ese doctor me quitó la esperanza de recuperarme, y es ahí donde mi rabia y frustración encontraron 'alivio' mediante la constancia con las autolesiones. Desde cortes a puñetazos a la pared.

Todavía recuerdo el momento en el que mi "estilo de vida" se convirtió en mi peor pesadilla. Me enfadaba conmigo misma, y la rabia que no podía mostrar externamente me consumía por dentro. En aquel momento, quería morir (o eso pensaba, porque si de verdad lo hubiera querido, lo hubiese conseguido satisfactoriamente). Mis autolesiones eran gritos inconscientes de ayuda. Tengo marcas en la muñeca que me recuerdan momentos duros que, ahora, sé que me convirtieron en la persona que soy hoy.

Mis autolesiones eran gritos inconscientes de ayuda

La vida tiene una forma interesante de lanzarnos giros inesperados. Recientemente, esas viejas cicatrices han vuelto a picar. Nuevos desafíos, nuevas presiones y, de repente, me encuentro enfrentando esos mismos impulsos, esas emociones contradictorias, una vez más.

Llevo 9 años viviendo en Australia, y estos últimos meses he atravesado una de las situaciones más difíciles en mucho tiempo. Debido a una lesión de espalda en mi trabajo, identificada tarde, mi vida dio un giro de 360 grados. Meses en cama, dolor agudo diario, el despido de mi trabajo sin aceptar que la lesión había tenido lugar durante mi jornada laboral (afectando así a mi visa para seguir en Australia, una visa que había tardado en conseguir 8 años)… Todo esto acaba haciendo mella en tu salud mental.

Mi alarma interior se encendió. Empecé a fijarme si mi relación con la comida iba cambiando ya que, aunque no crea que exista la cronicidad ligada a los trastornos de la conducta alimentaria, sí que soy consciente de que los hábitos son difíciles de cambiar. Sorprendentemente, me di cuenta de que mi trastorno con la alimentación lo había superado. Sensación de victoria y orgullo interior. Hasta que empecé a identificar otros antiguos mecanismos de defensa: autolesiones y compras 'online'.

Sabía que poder reconocerlo e identificar cuándo venían me daba ventaja. Busqué ayuda psicológica, pero la obsesión por complacer y ser perfecta también habían vuelto y empecé a despertarme cada día con lágrimas en los ojos y a enfadarme por cosas arbitrarias cotidianas. Mi estado mental empeoró, hasta que un día me encontré clavando las uñas en mi propio brazo o llorando en el baño, pegándole con el puño a la pared.

El miedo me abrumó, pero la vida me ha enseñado que lo importante es cómo respondemos a esas emociones. En lugar de ocultarlas o reprimirlas, debemos enfrentarlas, con valentía y compasión. Debemos recordarnos a nosotras mismas que no estamos solas en esto y que hay ayuda psicológica disponible si la necesitamos.

En medio de la confusión y el caos emocional, también he encontrado una chispa de claridad. A raíz de no poder seguir trabajando en hostelería, otras puertas a las que había intentado llamar con anterioridad se fueron abriendo. Empecé a trabajar como 'brand manager' para mi pareja Chuck Mayfield, reconocido artista, y como 'freelance', de nuevo, con otras empresas relacionadas con el mundo del arte y la moda. Sentí que la lesión de espalda me había empujado a trabajar de lo que siempre había querido y luchado en Australia, lo cual hizo que me evadiera de mis dolores diarios. Todo parecía desarrollarse a mi favor de nuevo.

Lo que he sacado en conclusión, después de este episodio, es que las emociones 'oscuras' nunca desaparecen por completo. Siempre estarán ahí, esperando en las sombras, listas para hacer su entrada en el escenario de nuestras vidas en cualquier momento. Y eso está bien. Es normal sentirse abrumada, confundida, perdida. Es parte de la experiencia humana, y ciertos patrones de comportamiento o formas de pensar continúan manifestándose en nuestras vidas. Las emociones, como la vida, son ciclos. Lo importante es detectarlas y pedir ayuda hasta que somos capaces de encontrar equilibrio.

Así que aquí estoy, abriendo mi corazón y compartiendo mi experiencia con las autolesiones, porque tenemos que normalizar las emociones y eliminar el tabú que rodea a la salud mental. Al final del día, todos estamos en esto juntos, luchando contra nuestras propias batallas internas y encontrando nuestra propia luz en la oscuridad aunque, a veces, tengamos que recurrir a gafas de sol para días de lluvia.